San Francisco de Asís, testigo de una humanidad que necesita a Dios

San Francisco de Asís, testigo de una humanidad que necesita a Dios

Jesús de las Heras

Publicado el - Actualizado

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"El mundo necesita a Dios. Nosotros necesitamos a Dios" clamaba el Papa Benedicto XVI en Múnich el 10 de septiembre de 2006, en una de sus primeras visitas de su viaje apostólico a Baviera. Y ha repetido antes y después en tantas ocasiones.

Pero, "¿a qué Dios necesitamos?" se preguntaba el Santo Padre. Al Dios de Jesucristo, al Dios encarnado, con rostro y corazón de hombre, al Dios crucificado y resucitado, al Dios que responde al mal y al odio con el bien y con el amor. Al Dios de la no violencia, al Dios de la razón y de la vida.

Los santos han sido a lo largo de la historia testigos de este Dios y testigos de una humanidad que necesita de Dios. Uno de ellos -uno de los más grandes- es San Francisco de Asís.

Testigo de la paz

El 4 de octubre es la festividad del cristiano que más se ha parecido a Jesucristo. Es la fiesta del hermano universal, del mínimo y dulce, del personaje principal del segundo milenio de nuestra era. El 4 de octubre celebramos a San Francisco de Asís. La figura proverbial de San Francisco de Asís rezuma, en efecto, fascinación, admiración, interpelación y actualidad. Su vida transcurrió en Italia, en la verde y umbrosas región de la Umbría, entre los años 1182 y 1226.

Poco santos como Francisco de Asís han sido y siguen siendo tan actuales, tan vivos y presentes en medio de las distintas sociedades y culturas de todos los tiempos. Sólo pronunciar su nombre, sólo evocar su figura ha concitado y sigue concitando el entusiasmo y el interés de propios y de extraños. Francisco de Asís es el hombre y el santo que no muere. Francisco de Asís es fragancia siempre fresca y embargadora. Francisco de Asís es referencia siempre novedosa e interpeladora de autenticidad. Francisco de Asís es siempre testigo tan elocuente de que Dios es y basta. Francisco de Asís es mosaico poliédrico y luminosísimo de virtudes y ejemplos de lo que debe ser la vida del cristiano.

Por ello, en la fiesta del hermano Francisco de un nuevo año, mientras los espectros de la violencia y de la guerra siguen planeando por nuestro mundo, envuelto en crisis, quiero rezar hoy con Francisco su oración de la paz:

"Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.

Que donde hay odio, ponga yo amor; que donde hay ofensa, ponga yo perdón;

que donde hay discordia, ponga yo unión;

que donde haya error, ponga verdad;

que donde hay duda, ponga fe;

que donde hay desesperanza, ponga esperanza;

que donde hay tinieblas, ponga vuestra luz;

que donde hay tristeza, ponga yo alegría.

¡Oh Maestro bueno!, que no empeñe tanto en ser consolado como en consolar; en ser comprendido como en comprender; en ser amado como en amor. Porque dando se recibe; olvidando se encuentra; perdonando, se es perdonado; y muriendo se resucita a la vida eterna. Haz de mí, Señor, un instrumento de tu paz".

Pasión por Dios, pasión por el hombre

La vida de Francisco podría definirse como la historia de una gran pasión, una gran pasión por Dios y por los hermanos. Francisco descubrió que Dios es y eso basta. Descubrió que Dios es el Bien, el sumo bien, todo bien, vivo y verdadero. Y sintió de tal modo esta pasión enamorada de Jesucristo que cuando percibía que los hombres no acaban de responder a Dios exclamaba que el "amor no es amado". La pasión de Francisco por Jesucristo se nutría en la oración contemplación y en la adoración eucarística.

La pasión de Francisco por Jesucristo no fue un jardín de rosas. Vivió muy a menudo en la contradicción y en la prueba, en el rechazo y en la incomprensión. Pero su amor ardiente y apasionado le hizo entender y vivir la perfecta alegría que llega también en las horas y en los momentos de desolación. Su mermado y enfermo cuerpo recibió también el don y el dolor de los estigmas de la cruz, convirtiéndose en testigo de Jesucristo crucificado y en signo cierto de solidaridad con todos los sufren en el cuerpo o en el alma.

La pasión, el amor de Francisco, fue también pasión y amor por los hombres y por la entera creación, a quienes sentía y llamaba hermanos. Y el Señor le dio hermanos y el Señor le hizo entender como a nadie que lo creado es santuario de la divinidad, imagen de su belleza y de su grandeza. No existió en Francisco de Asís dicotomía alguna entre el amor apasionado a Jesucristo y el servicio incondicional a los hombres.

Apasionado de Dios, testigo de la cruz, hermano de los pobres, apóstol de la paz, protector de la naturaleza, modelo de vida consagrada, creyente cabal y de cuerpo entero, Francisco de Asís, el cristiano que más se ha parecido a Jesucristo, sigue vivo y actual entre nosotros. Lo necesitamos.

Hermano Francisco, querido Francisco de Asís,

ruega por nosotros y enséñanos a vivir, como tú, en la pasión por Dios y por los hombres.

Haznos constructores de Dios y transmítenos que nada podemos ni somos sin Dios,

que necesitamos absolutamente de Dios: el Dios del amor, relevado y encarnado en Jesucristo.

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