San Ignacio de Antioquia, pan limpio de Cristo ? Su memoria litúrgica es el 17 de octubre
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El día 17 de octubre, celebramos la memoria litúrgica obligatoria de San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir de la cristiandad primera.
San Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía entre los años 70 y Antoquía es una de las sedes episcopales y cristianas de mayor antigüedad y veneración. Fue ocupada en primer lugar por el Apóstol San Pedro. Antioquía, localidad en centro oriental de la actual Turquía, fue una pionera y floreciente comunidad cristiana. Allí, como cuenta Hechos de los Apóstoles, los discípulos de Jesús recibieron por primera vez el nombre de cristianos.
Mártir y apóstol de la unidad
San Ignacio de Antioquía recibió el martirio en una de las primeras persecuciones desatadas contra los cristianos. Condenado a muerte, fue trasladado a Roma, donde, devorado por las fieras, recibió la corona del glorioso martirio, en año 107. En su viaje a Roma, escribió siete cartas dirigidas a varias Iglesias. En ellas, Ignacio se muestra como apasionado seguidor e imitador de Jesucristo y un extraordinario servidor de la unidad eclesial y de la caridad pastoral. Consciente de que el martirio es una gracia inmensa, Ignacio exclamaba "todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por nosotros murió y resucitado… Soy trigo de Cristo y he de ser molido por los dientes de las fieras para llegar a ser pan limpio de Cristo… De nada me servirían los placeres terrenales, ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en Cristo Jesús que reinar en los confines de la tierra. Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en Aquel que por nosotros murió y resucitó… No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, y la bebida de su sangre que es la caridad incorruptible".
Casi dos mil años después, San Ignacio de Antioquía es no sólo una gloriosa lumbrera y referencia de la historia del mejor cristianismo, sino un modelo actual e interpelador. De él, como señalaba recientemente el Papa Benedicto XVI en una de sus catequesis de los miércoles, debemos aprender la necesidad de fundamentar nuestra fe y vida cristiana en el seguimiento fiel, radical y apasionado de Jesucristo. Ser cristiano no es seguir una idea, un ideal, una cultura o un sistema de pensamiento. Es conocer, seguir, amar, imitar y trasmitir a Jesucristo en toda nuestra vida y con todas nuestras fuerzas.
Este seguimiento de Jesucristo, a ejemplo de San Ignacio de Antioquía, nos llevará a buscar la unidad y la unión con Él. Una unidad que se ha de traducir a unidad dentro del seno de la Iglesia para que todos los miembros de la Iglesia seamos como voces de un coro sinfónico y armonioso que canta la gloria del Dios de Jesucristo. Y, por fin, de este amor apasionado por Jesucristo y de este compromiso por la unidad se derivará la condición del inquebrantable del testigo, que nada antepondrá -ni muerte ni vida, ni salud ni enfermedad, ni fama ni crítica- al amor, al servicio y al anuncio del Señor.
Jesús de las Heras Muela