El proceso religioso y político de Jesús de Nazaret

El proceso religioso y político de Jesús de Nazaret

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El proceso religioso y político de Jesús de Nazaret

La historia de Jesús de Nazaret es la de una persona divina que predica el reino de Dios, universal y escatológico de vida eterna en Galilea y Judea para cuantos le crean y sigan, reforma y perfecciona la ley de Moisés, cura a los enfermos, resucita a los muertos, multiplica el pan y los peces a sus muchos oyentes, critica fuertemente a los escribas y fariseos por su hipocresía y el pueblo llano judío le reconoce ser el Mesías Rey que esperaban en este mundo. Sin embargo, los escribas y fariseos intentan en diversas ocasiones conspirar contra su vida, pero por distintas circunstancias no pudieron llevarlo a cabo.

Entonces, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en la casa del sumo sacerdote, llamado Caifás, y se pusieron de acuerdo en prender a Jesús a traición y darle muerte. Decían durante la fiesta no, para que no ocasione un tumulto entre el pueblo (Mt.26, 1-5). Judas Iscariote, fue junto a los sumos sacerdotes, y les propuso: ¿qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego? Ellos se ajustaron con él por treinta monedas de plata. Desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo (Mt. 26 14-16).

Los sumos sacerdotes, Anás y Caifás, y los ancianos del pueblo envían a Judas Iscariote acompañado de un tropel de hombres con faroles, espadas y palos para prender a Jesús de Nazaret en el huerto de Getsemaní. Por el camino, Judas Iscariote les advierte a sus acompañantes: "aquel a quien yo bese, ese es, prendedle. Jesús se hallaba orando a Dios Padre en dicho lugar para que le diese fuerzas para beber el cáliz de su pasión y muerte. Sus discípulos dormían, Jesús los despierta, se levantan y les dice: se acerca la hora en que me van entregarme.

En esto, llega el traidor, Judas Iscariote, con la turba armada, le saluda diciendo: salve maestro, y lo besa. Jesús le contesta: amigo, a qué has venido. La tropa le echa la mano y le prende (Mt.26, 48- 50). Entonces, Jesús les dice: ¿habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar, y sin embargo no me prendisteis. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. (Mt.26, 55-56). La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prenden a Jesús, lo atan y lo llevan primero a Anás, suegro de Caifás sumo sacerdote, en aquel año, quien había aconsejado a los judíos: conviene que muera un solo hombre por el pueblo (Jn.18, 12-15). Anás era un viejo zorro político que anteriormente había sido también sumo sacerdote y lo será posteriormente durante muchos años.

De casa de Anás, le llevan atado a la casa de Caifás, donde se hallaban reunidos los escribas, los ancianos del pueblo y el Sanedrín buscando testimonios para condenar a muerte a Jesús de Nazaret, pero no los encontraban. Finalmente, dos judíos le acusan de haberle oído decir: yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en dos días. Jesús calla. Caifás, sumo sacerdote y presidente del Sanedrín, se levanta y le dice: te conjuro por Dios vivo, nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Le responde: tú lo has dicho. Entonces, Caifás rasga las vestiduras y dice: ¡ha blasfemado!, ¿qué necesidad tenemos de testigos?, ¿qué os parece? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decís? Contestan: es reo de muerte (Mt.26-59-66).

Le escupen en la cara, abofetean y algunos le golpean burlándose de él. Pedro, camuflado, había logrado entrar en el patio de casa de Caifás. Varias personas le acusan por tres veces de ser discípulo de Jesús, pero él lo niega diciendo: no se lo que dices, no conozco a ese hombre. El gallo canta y se acuerda de lo que le había dicho Jesús: antes que el gallo cante, me negará tres veces. Sale a fuera y llora amargamente (Mt. 26. 69-75).

El Sanedrín judío tenía potestad para condenarle a la pena de muerte, pero no para ejecutarla, puesto que dicho poder estaba reservado al gobernador romano, Poncio Pilatos. De ahí que: amanecer del viernes, Anás y Caifás y los ancianos del pueblo se reunieron para pedirle la ejecución de la pena de muerte por crucifixión a Poncio Pilatos, gobernador romano, que ocupó dicho cargo desde el año 26 al 36 de la era cristiana. Le llevan atado a su presencia y le dicen: hemos encontrado a ese que anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se paguen tributos al Cesar y diciendo que él es el Mesías Rey.

Pilatos le pregunta: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Jesús le contesta: tú lo dices. Pilatos dice a Anás y Caifás y a la gente que los acompañaba: no encuentro ningún delito en este hombre (Lc. 23, 1-4). Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo, y resulta que yo le he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en él ningún delito de los que le acusáis, ni tampoco Herodes (Lc 23, 1-4). Anás y Caifás y la gente que le acompañaba le gritan vociferando: quita de en medio a ese y suéltanos a Barrabas. Este se hallaba encarcelado por participar en una revuelta en la ciudad y por un homicidio. Pilatos insiste en soltar a Jesús, pero ellos siguen gritando: ¡crucifícalo, crucifícalo! Ante tanta insistencia, Pilatos lava las manos y cobardemente les dice: soy inocente de la sangre de este justo, allá vosotros (Lc 23, 13- 25).

Da libertad a Barrabás y le entrega a Jesús para que lo crucifiquen. Los soldados lo desnudan, le ponen la túnica escarlata, una corona de espinas en la cabeza y una caña en la mano derecha, se arrodillan ante él para burlarse, llamándole rey de los judíos y le llevan al Gólgota, que distaba 600 m. del pretorio de Pilatos llevando sobre sus hombres el patíbulo para crucificarle, pero viendo los soldados que Jesús se hallaba muy débil y sin fuerza, le obligan a llevarlo a Cirineo.

Llegados al Gólgota, el viernes, 14 de abril (nisán), del año 30 de la era cristiana, aproximadamente, a las 12 de la mañana, Jesús es desnudado y tendido boca arriba en tierra. Los soldados le extienden sus bazos sobre el patíbulo, palo trasversal de la cruz, le clavan los clavos en sus manos, le elevan clavado al patíbulo que sujetan con cuerdas al palo vertical de cinco metros que se apoya en un agujero de la tierra, y le clavan sus pies para mayor sujeción de su cuerpo quedando a menos de un metro de altura de la tierra padeciendo cruelísimos y horrendos dolores.

Después de la crucifixión los soldados se repartieron la ropa echándola a suertes. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: Este es Jesús, el rey de los judíos. Crucificaron con él a dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda Los que pasaban, lo injuriaban y meneando la cabeza, decían: tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo. Si eres el Hijo de Dios baja de la cruz. Igualmente los sumos sacerdotes con los ancianos y escribas se burlaban también de diciendo: a otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡El Rey de Israel, que baje de la cruz, y le creeremos!

Después de la hora sexta hasta la hora nona vinieron las tinieblas sobre la tierra. A la hora nona, Jesús clamó con voz potente: ¡Dios mío, Dios mío por qué me has desamparado! De nuevo gritando fuertemente exhaló su espíritu. El centurión y sus hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorrizados: verdaderamente este era el Hijo de Dios (Mt. 27, 35- 54).

La muerte por crucifixión es, sin duda, la más cruel, aterradora y dolorosa posible, no solo por las heridas desangrantes producidas por los clavos; sino, sobre todo, porque la crucifixión causa un total destrozo y desgarro del sistema neurológico en el crucificado ocasionando fuertes estados de convulsión, asfixia, sed, dolor y angustia total hasta la locura provocados por su alzamiento vertical.

Cicerón dice: la crucifixión es el suplicio más cruel y más ignominioso posible. Los judíos no la tenían en sus leyes penales, sin embargo la piden a Pilatos para que la aplique a Jesús de Nazaret. Los romanos habían tomado la crucifixión de los cartagineses, que a su vez, la habían recibido de los persas. La aplicaban a los esclavos y personas libres por grandes delitos de homicidios, asesinatos, robos, traiciones y sediciones.

En síntesis: Los sumos sacerdotes, Anás y Caifás y los ancianos del pueblo con la colaboración de los escribas y fariseos, le abren un proceso religioso a Jesús de Nazaret por ser Hijo de Dios y le condenan a la pena de muerte por dicha causa. A petición de ellos, el gobernador romano, Poncio Pilatos, le abre un proceso político por llamarse Rey de los Judíos, en el cual no encuentra causa o delito alguno para ejecutarlo. Sin embargo, ante su petición insiste manifestando que le condene y le ejecute morir crucificado, Poncio Pilato cobardemente acede a que le crucifiquen, siendo Jesús de Nazaret una persona justa y divina que pasó por esta vida haciendo el bien a todos.

Quiero terminar con unos versos de Miguel de Unamuno: ¡Jesús, Cristo, con tu muerte has dado finalidad humana al Universo y fuiste muerte de la Muerte al fin!; y con unas frases de Renán, escritas en su libro, La vida de Jesús: ¡Jesús, tú serás el signo alrededor del cual se librará la más ardiente batalla, y arrancar tu nombre de este mundo sería conmover sus cimientos. Pleno vencedor de la muerte, toma posesión de tu Reino, al que te seguirán por el camino que has trazado, siglos de adoradores!

José Barros Guede.

A Coruña, a 31 de marzo del 2015.