Pregón de Semana Santa de Nico Montero

Un pregón pascual hilado con canciones cargadas de contenido en boca de Juan, el discípulo amado

Pregón de Semana Santa de Nico Montero

Nico Montero

Publicado el - Actualizado

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Hermanos, ¿Sabéis donde lo han llevado?

Os hablo de Jesús, el nazareno, al que ayer apresaron.

Ando buscando calle arriba y calle abajo,

en las esquinas y en los rellanos.

Ando buscando, desconsolado,

a Jesús, el nazareno, mi maestro, mi amado.

Hermanos ¿Sabéis donde lo han llevado?

Tened misericordia de este apóstol atribulado.

Mi nombre es Juan, y me llaman el discípulo amado.

¿Cómo osaron ponerle encima las manos?

¿Cómo pudo Dios permitir este agravio,

si El jamás causó ningún daño?

¿De qué acusarán a mi Señor, si en El no hallarán

ni un solo pecado?

Vuelvo mis ojos al pasado y recuerdo con todo detalle

cuando nos encontramos...

Yo andaba recogiendo las artes

después de la árdua jornada

remando mar adentro, sorteando marejadas,

en el mar de Galilea, testigo de mis andanzas.

Escuché mi nombre y alcé la mirada.

Sus ojos se clavaron en mi alma

y sus palabras golpearon mi pecho

removiendo mis entrañas.

Me dijo: “Sígueme y te haré pescador de hombres”

Al principio no entendí nada.

Sencillamente me deje llevar,

como las orillas se dejan acariciar

por el vaivén de las olas y la sal.

El tiempo fue resolviendo la fortuna de ese encuentro.

Al poco fui comprendiendo el misterio de mi Señor.

El misterio de la Encarnación, de todo un Dios

hecho niño, pobre y pequeño, carne como yo..

Ayer, al caer la noche nos sentamos junto a El.

Algo en mi corazón

me hacía intuir que podría ser la última vez.

Me invadió la pena,

sentí que era nuestra última cena.

El maestro lavó nuestros pies,

nos dijo que así había de ser,

y que El no ha había venido a reinar,

sino a servir con humildad.

Recuerdo cuando llegó a Jerusalem,

todos le aclamaban como Rey:

¡Hossana Hosanna, al Rey de Israel!

con ramas de olivo gritaban a sus pies...

Jesús, en un pollino, era de todo,

menos un Rey.

Anoche todo lo entendí,

el Hijo del Hombre no vino

a ser servido, sino a servir

“Mi reino no es de este mundo”,

Jesús nos solía decir.

“Quien quiera ser el primero

en el último se ha de convertir”,

Y con la copa en la mano,

y con el pan ofrecido

bendijo el pan y bendijo el vino,

y nos sació el hambre y la sed

como nunca habíamos sentido.

Después de la sagrada Cena,

Jesús se dirigió al huerto,

que llaman de los olivos,

que yo llamo de los lamentos.

En su ojos, la pena

en su rostro, el desaliento.

Nunca lo había contemplado así,

ni Mateo, ni Marcos ni Pedro.

Su mirada proyectaba un dolor intenso,

incapaz de contenerlo.

Amargura…Tormento.

La noche se hizo más oscura,

el frío se hizo más intenso,

se detuvo el tiempo,

se hizo el silencio.

Hermanos, ¿Sabéis donde lo han llevado?

Os hablo de Jesús, el nazareno,

al que ayer vilmente apresaron.

Os hablo de Jesús, el Mesías, el esperado,

el hijo de Dios Vivo, el perdón de los pecados.

Varón de dolores. Amor de mis amores.

Cristo, alfa y omega,

Rey que reina sobre la faz de la tierra.

Suyo es el trono,

el poder y la gloria.

En él todo alcanza sentido

y en él converge la historia,

convertida en Salvación

por la fuerza de su amor.

Resucitó a Lázaro de entre los muertos.

Fue el pan de los hambrientos.

Multiplicó la solidaridad con la fuerza de sus gestos.

Curó a leprosos y ciegos, fue consuelo en los tormentos.

Se enfrentó a los poderosos y a los mercaderes del templo.

¿Quién se atreve a condenar y atravesar con su lanza

a quien fue para su pueblo bienaventuranza?

¡JESUS HA MUERTO!.

¡Hermanos, lo han matado!

¡Mi señor, Jesús, Crucificado!

De sus vestiduras, despojado.

Su cuerpo, bendito y sagrado, golpeado.

Sus manos y sus pies,

sangrantes y atravesados.

Hay una herida en su costado,

y mi señor yace,

en la cruz, abandonado.

Jesús, el Rey de reyes,

con espinas coronado...

El hizo en mí nuevas todas las cosas.

Derribó las mentiras que pesaban como losas,

y enseñaban en los templos los maestros de la ley.

Con soberbia y mucha pompa gritaban a los vientos

que Dios es justiciero, temible con su grey.

Lo suyo fue una revolución. Nos dijo que Dios es padre,

un padre que nos ama con ternura y con pasión.

Nos contó una bella historia de un hijo que marchó

y malgastando los bienes a su padre traicionó.

Cada tarde le esperaba oteando el horizonte.

Su corazón aguardaba, divisando entre los montes,

anhelando su llegada sin saber muy bien por donde.

A la vuelta de su mala vida y perdición,

su padre ni un solo reproche profirió.

Se fundieron en un abrazo

de inmensa misericordia e infinito perdón.

Así obra Dios, nos dijo. Dios es Amor.

Jesús, en todo, corazón.

Camino, verdad y vida.

Nazareno del amor.

Por su fe, salvó al esclavo de aquel centurión.

Y convirtió el agua en vino cuando María se lo pidió.

Multiplicó las panes y los peces

y anduvo sobre las aguas,

calmando tempestades...

hasta los mares le obedecen.

Jesús, el pan bajado del cielo, alimento de su pueblo,

de los que buscan consuelo en su sagrado corazón.

Jesús, el hijo de Dios vivo por quien todo cobra sentido

y este valle de lágrimas se torna en salvación.

¡Pueblo que ahora lloras, no mires a otro lado,

que también tu a Cristo has crucificado!

¡Cuando no hay amor en tus calles y en tus casas.

Cuando hay odio entre hermanos, no mires a otro lado,

que también tu a Cristo has crucificado!

¡Cuando no hay perdón ni tolerancia,

no mires a otro lado, que también tu a Cristo

has traicionado!

¡Cuando no hay misericordia y solidaridad,

no mires a otro lado, que también tu a Cristo

has abandonado!

Salgamos a las calles, hagamos penitencia.

Encendamos los candiles, los cirios y las velas.

Pidamos a Dios Padre que tenga misericordia

de su pueblo arrepentido, su pueblo que ahora llora.

Pidamos a Dios la gracia de la Salvación.

Que salve a Jesús de la muerte

con la fuerza de su amor.

¡Salgamos a las calles, hermandades, cofradías.

Pidamos a Dios Padre que retorne la alegría.

Pueblo que ahora lloras, salgamos a las calles,

carguemos con las cruces de quien sufre a solas.

Que los bombos y tambores rompan el silencio de la noche.

Seamos los testigos de la cruz y la pasión

con la fe en la promesa de que todo acabará

con la gloria de la Resurrección!.

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