La oración del día: Santa Teresa de Jesús
Fue beatificada en 1614, canonizada en 1622 y proclamada doctora de la Iglesia católica en 1970 durante el pontificado de Pablo VI
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La sencillez y la dulzura se unen al hablar de Santa Teresa de Jesús, cuya fiesta celebramos hoy, mujer llena del Espíritu de Dios. Nacida en Ávila el 28 de marzo de 1515, la santa andariega ingresó en el Convento Carmelita de la Encarnación. Aquí buscaría una experiencia profunda de Dios desde la oración y la vida contemplativa.
Sintiendo que el Cielo le pedía fortalecer el Carmelo, inicia la renovación, cambio que afecta también a los varones. Para este cometido estuvo acompañada por San juan de la Cruz al que llamó dulcemente “El medio fraile” por su baja estatura. A largo de su trayectoria, funda quince monasterios, empezando con el Convento de San José, en su ciudad natal. Pero no todo, fue camino de rosas, porque soportó muchas incomprensiones y persecuciones.
Para ayudarle en este itinerario de misticidad contó con la asistencia espiritual de San Pedro de Alcántara que fue por mucho tiempo su confesor. Y es que, pesar de todo, ella siempre tuvo una fuerte unión con el Esposo –Cristo- siendo una de las grandes místicas, realidad que plasmó en sus muchos escritos espirituales y literarios, como es El Castillo Interior o El Libro de su Vida.
En estos escritos dejó constancia del camino que debe seguir todo cristiano que se precie de serlo, para llegar hasta Dios: La Vía Purgativa que te limpia de cualquier fallo para quedar puro ante el Amado. La Vida Iluminativa que es la luz que recibes cuando has quedado limpio de tus pecados. La Vía Unitiva que se desposa con Cristo, el Esposo. Dejó esta vida, a la que denominó una mala noche en una posada, el 4 de octubre de 1582. San Pablo VI, le declaró Doctora de la Iglesia.
Oración
Oh, Santa Teresa, Virgen seráfica, querida esposa de Tu Señor Crucificado, tú, quien en la tierra ardió con un amor tan intenso
hacia tu Dios y mi Dios, y ahora iluminas como una llama resplandeciente en el paraíso, obtén para mí también, te lo ruego, un destello de ese mismo fuego ardiente y santo que me ayude a olvidar el mundo, las cosas creadas,
aún yo mismo, porque tu ardiente deseo era verle adorado por todos los hombres.
Concédeme que todos mis pensamientos, deseos y afectos sean dirigidos siempre a hacer la voluntad de Dios,
la Bondad suprema, aun estando en gozo o en dolor, porque Él es digno de ser amado y obedecido por siempre.
Obtén para mí esta gracia, tú que eres tan poderosa con Dios, que yo me llene de fuego, como tú, con el santo amor de Dios.
Amén.