San Agustín, obispo converso y estudioso de Platón
Madrid - Publicado el
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Dice el Señor que “sin Mí no podéis hacer nada”. Hoy celebramos a San Agustín de Hipona, que gracias a los dones recibidos de Cristo por la oración de su madre, alcanzó la conversión. Nacido en Tagaste (Norte de África) el año 354, es hijo de Santa Mónica, cuya memoria celebrábamos ayer, y de un pagano converso casi en el lecho de muerte, llamado Patricio. Durante su juventud se desvió de los caminos de la Fe en que le había instruido su madre.
Imbuido en los placeres terrenales, y dentro de esta vida sin rumbo en que se hallaba sumergido, abraza el maniqueísmo, convencido de que en ella hallaría la verdad. Esta doctrina errónea fue difundida por el persa Manes, quien defendía la oposición entre un Dios Bueno, dando también a Satanás categoría de dios creador de todo lo malo. También aceptaban la reencarnación y pensaban que la divinidad otorgaba el alma y el diablo el cuerpo. Todo esto introdujo a Agustín en un vacío.
No obstante, este agujero oscuro terminó en su conversión, gracias a la oración insistente de su propia madre. En la Pascua del año 387, se hace bautizar por San Ambrosio de Milán. A partir de entonces vuelve a su tierra natal donde llevará una vida contemplativa. Elegido Obispo de Hipona, fue un pastor ejemplar. Profundizó en el estudio de Platón y de los pensadores de la antigüedad, conciliando su pensamiento con el de los filósofos cristianos.
Cuando este filósofo griego habla de tender al bien, el Obispo de Hipona dice que ese Bien es la Suma Belleza a la que todos tendemos. De esta forma combatió las herejías de su tiempo, siendo un baluarte de la Fe y la Tradición Cristiana. Entre sus muchos escritos filosóficos y teológicos, destaca sobre todo, La Ciudad de Dios. En esta obra distingue entre la Urbe del Cielo y la tierra. San Agustín de Hipona muere el año 430 y es un gran Padre de la Iglesia.