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Recuerda la Sagrada Escritura en el Antiguo testamento que “mucho puede la oración del justo”. Hoy celebramos a Santa Mónica. Ella insistió sin desfallecer por su hijo Agustín hasta que consiguió su conversión y su vuelta a Dios. Nacida el año 332 cerca de Cartago en África del Norte, siendo muy joven casa con un pagano llamado Patricio. Su base espiritual le hace soportar la frialdad religiosa de su esposo.
Finalmente su penitencia y sacrificios le consiguen de Dios la conversión de su marido en el lecho de muerte, así como de su propia suegra. Pero los problemas no faltaron cuando Agustín, el hijo mayor imbuido en los estudios, empezó a desviarse de la Fe y a seguir una vida hedonista. Todo apuntaba al hijo pródigo que escapaba de casa para luego volver. Después de muchas oraciones y ruegos a favor de su hijo, un día tuvo una visión.
En ella, el Señor le garantizaba que Agustín estaría junto a ella. Y es que según lloraba estaba en un barco y vio que él estaba en otra nave. Este consuelo se complementó cuando expuso su problema de madre a San Ambrosio, quien le animó desde las palabras: “Un hijo de tantas lágrimas no puede perderse”. Conversión que se hizo realidad con el Bautizo de Agustín el año 387 en la Solemnidad de Pascua.
Tras este cambio radical de vida, Mónica se sintió colmada de cuanto deseaba en vida por lo que se preparó a su partida hacia la Casa del Padre. También Agustín, intuyendo la proximidad de la partida de su madre hacia el Cielo, se fue a vivir con ella y su hermano en los últimos momentos. Pronto se siente afectada por una fiebre que se fue acentuando, tal y como apunta en su Libro de “Las Confesiones”. Santa Mónica muere el mismo año 387.