El Santo que firmó con su Sangre lo que había escrito de la Fe
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Una de las promesas que el Señor hace a los Apóstoles cuando va a vivir el Misterio Pascual para después ascender a los Cielos es que se iba para prepararles sitio porque en la Casa del Padre hay muchas moradas. Son moradas para apóstoles, vírgenes, y mártires. En este primer día de junio, mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, de cuyo costado salió Sangre y Agua conmemoramos a San Justino que compartió la Muerte del Señor alcanzando también su Victoria en la Resurrección y la Ascensión.
Nace en Flavia Neápolis (Samaría), a comienzos del siglo II, en el seno de una familia pagana. Educado por sus padres en la mejor filosofía y literatura, él quiso conocer más acerca de la divinidad, hasta que un día, un anciano venerable se le apareció, recomendándole la Sagrada Escritura como la mejor forma de conocer al Verdadero Dios, y la respuesta a todas sus inquietudes e interrogantes.
Así se convierte cuando contaba con treinta años de edad, reconociendo con el paso de los tiempos que nada le había llenado más que lo que había leído en la Biblia. A esto se une el impacto que le causaban los mártires a los que admiraba antes de abrazar a Cristo, ya que preferían sufrir los tormentos que fuese en el Nombre de su Señor a renunciar, sacrificando a los dioses.
Su profundización en la Fe y el estudio, le hicieron el primer apologista cristiano, cuyo cometido es la defensa del Evangelio en sus escritos. Concretamente sus obras hablan de la vida de los cristianos antes del año 200 y su la celebración de las fiestas litúrgicas. Después de una discusión con el filósofo cínico Crescencio, al que le demuestra la Verdad del Único Dios, aquel le denuncia como cristiano, por lo que morirá decapitado junto con varios compañeros.