El testimonio de un migrante en los asentamientos de Huelva: “No tengo palabras para la labor de Cáritas”

El primer programa de 'Solidarios por un bien común' de TRECE muestra la ayuda de la Iglesia a los migrantes temporeros de Huelva que residen en chabolas

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José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

5 min lectura

TRECE comienza el nuevo programa que revela la cara más desconocida de la Iglesia, 'Solidarios por un bien común', en Huelva, donde más de 3.000 personas viven desde hace más de dos décadas en los 28 asentamientos de la provincia, integrado en su mayoría por temporeros. La mayoría de ellos viven en chabolas sin luz ni agua. Llegaron a España en patera o cruzando la valla de Ceuta y Melilla. Vienen buscando una mejor calidad de vida en lo que se conoce como el Primer Mundo, pero que en muchos casos no lo es tal.

Un porcentaje muy elevado de estos migrantes, cada uno con su propia realidad, viven en exclusión social. La Iglesia cuenta a nivel nacional con un total de 250 centros que tratan de dar respuesta a los problemas de la migración. Uno de ellos es el que impulsa Cáritas Huelva en la parroquia del Carmen, en la localidad costera de Mazagón.

Asentamientos sin luz ni agua 

A pocos kilómetros se encuentran varios asentamientos, compuesto por migrantes temporeros que trabajan en las plantaciones de fresa. Todos los jueves, acuden a la parroquia del Carmen para recibir la ayuda de los voluntarios que colaboran en el proyecto. Una de ellas es Susana: “Les damos de desayunar y que tengan un lugar para asearse. Las chabolas están a unos ocho kilómetros de Mazagón, en zonas boscosas, cerca de las plantaciones. Vinieron a Huelga para buscar un empleo. Viven en chabolas sin luz ni agua”.

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El número de personas a las que atienden varía, en función de la época del año. En “temporada alta” pueden acudir a la parriquia unas sesenta personas. Por ello, el trabajo de los voluntarios es esencial.

Es el caso de Angelita, que desde 1991 colabora con Cáritas: “Recuerdo que cuando venían los primeros migrantes no nos entendíamos por el idioma. Uno de ellos sí hablaba español y me comenzaba a traducir. Luego me enseñó algunas palabras para así relacionarme mejor con los demás. A mí trabajar con ellos me aporta mucho. Tu das, pero recibes el doble, porque confían en ti y te quieren. A veces se me saltan las lágrimas”.

Además, en Cáritas ayudan a estas personas a insertarse en el mercado laboral. De esta tarea se encarga Chonchi. De las tres personas a las que atiende esta voluntaria el día que se grabó el reportaje, solo uno de ellos tiene posibilidades de acceder a un trabajo: “Llegó desde Mali en patera a Almería hace un tiempo, y en seis meses recibirá la autorización para emplearse”.

Este migrante tuvo que esperar hasta ocho meses para poder superar la frontera que separa Marruecos de España. Tuvo que pagar unos mil euros: “En Marruecos estuve esperando en otra chabola. Una vez en España, tuve que buscarme la vida”, afirma.

Como hemos comentado anteriormente, las condiciones en las que viven son infrahumanas en los asentamientos: “Los ayuntamientos deben colaborar también. Estamos luchando por que tengan acceso a servicios básicos como el agua. Esperemos que se arregle su situacion y vengan en otras condiciones. La solución no es meterles en centros como si fueran delincuentes una vez que saltan la valla”.

Además, demandan que los estos migrantes cuenten con una información veraz y adecuada cuando llegan a nuestro territorio: “Casi todos llegan engañados, pensando que al llegar a España tendrán la documentación cuando no es así”, precisa la voluntaria.

"No tengo palabras para la labor de Cáritas"

Todos echan una mano. También Ana Royo, de la compañía de Santa Teresa de Jesús. Estuvo un año en Tetuán (Marruecos). La imagen que ve en Huelva cada día dista muy poco de la del país vecino. Incluso en nuestro país es peor, porque los migrantes se muestran decepcionados por lo que se encuentran: “En Marruecos conviven en los campamentos del monte mientras esperan para cruzar la valla de Ceuta y Melilla, en condiciones horrorosas. Aquí sucede igual. En Marruecos al menos están con esperanza de que cuando lleguen aquí tendrán una vida mejor. Una vez llegan, esa esperanza se disminuye”.

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A varios kilómetros de la parroquia se encuentran los asentamientos, cerca de las plantaciones de fresa. En ellas habitan unas ochenta personas. Para conseguir agua, han de desplazarse a los pueblos cercanos con garrafas y bidones que encuentran en puntos limpios o en la carretera, y que en su día sirvieron para rellenar productos químicos.

Uno de los ocupantes de las chabolas es Namori: “Llevo aquí cuatro años. Soy de Mali. Ya tengo papeles y puedo trabajar, pero ahora estoy en paro. Tengo a la familia en África y no puedo mandarles nada”.

Parecida es la realidad (cruda) de Ala, que se encuentra en uno de los asentamientos onubenses desde 2014: “No me imaginaba vivir en estas condiciones al llegar a España. Pensaba que era mejor. Ahora mismo no trabajo. Sobrevivo gracias al paro, porque tengo papeles. Nos ayudamos entre nosotros”.

Para definir el trabajo de Cáritas, asegura no tener palabras, porque les ayuda mucho: “Hay gente que no tiene nada para vivir. Así no merece la pena vivir en España. No tengo palabras para la labor que realiza Cáritas aquí. Yo llegué en patera, tras varios días y noche hasta que llegamos a Tenerife. Pagué 800 euros por viajar en patera. Si no me muero antes, volveré a Mali. Yo he vivido aquí de todo. El hambre, calor, frio, enfermedades... pero hay que ser fuertes”, remarca Ala.

Sin papeles, las empresas tienen poco margen de maniobra

En el municipio de Almonte se encuentra la finca Los Mimbrales, donde Eugenio es gerente de una empresa agrícola, que además colabora con Cáritas. Se dedica a ayudar a los migrantes a regularizar su situación. A aquellos que contrata para las campañas de la fresa, les ofrece un alquiler en las viviendas de Almonte: “Es paradójico contratar gente de fuera, cuando necesitamos tanta mano de obra, y dejarles vivir en esas condiciones. Les damos facilidades, las que podemos”, afirma.

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Eso sí, Eugenio confiesa que si estas personas llegan sin papeles, tienen poco margen de actuación: “La única manera de regularizar a una persona sin papeles es ofrecerle un contrato de trabajo por periodo de un año, pero en el mundo agrícola es complicado, ya que las campañas duran solo varios meses. Lo cierto es que viven en condiciones infrahumanas pese a estar rodeado de empresas que necesitan mano de obra y no les pueden contratar, o lo hacen sin darle de alta, de forma ilegal. Es la pescadilla que se muerde la cola. Esto solo se puede cambiar modificando las leyes”.

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