En la piel de un refugiado: Así malviven miles de personas en la frontera de Turquía con Grecia

Han quedado atrapadas en localidades otomanas limítrofes y duermen en la calle en campamentos improvisados

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David G. Triadó

Publicado el - Actualizado

3 min lectura

Apenas son las ocho de la mañana y la estación de autobuses de Edirne, ciudad turca situada a pocos kilómetros de la frontera con Grecia, está llena de vida. Aquí han llegado en los últimos días cientos de refugiados desde otras ciudades otomanas. Su objetivo es entrar en territorio comunitario tras el anuncio de Erdogan abriéndoles las puertas como medida de presión a la Unión Europea para que se ponga de su lado en la crisis de Idlib, en Siria.

La estación constituye, en general, un lugar de tránsito para los refugiados hacia los pasos fronterizos. Sin embargo, varias decenas de ellos han levantado allí un campamento. Algunos se protegen de las inclemencias del tiempo bajo el techo de las dársenas, mientras que otros han montado cabañas en sus alrededores con maderas y plásticos.

Estación de autobuses de Edirne (Turquía)

Con una temperatura de apenas diez grados, se calientan con hogueras alimentadas con ramas de árboles y arbustos de los jardines de la zona. Un trabajador de la estación les reparte desinteresadamente bocadillos y zumos para desayunar.

Enfrente, un edificio que se quedó a medio construir sirve de alojamiento precario para otras decenas de refugiados, especialmente familias. Duermen amontonados para generar calor y por la falta de espacio entre los escombros de la edificación inacabada. Calientan la comida en una hoguera y tienden la ropa en cuerdas que cuelgan entre paredes.

Edificio abandonado ocupado por refugiados enfrente de la estación de autobuses de Edirne (Turquía)

A unos catorce kilómetros de la estación de autobuses de Edirne se encuentra el paso fronterizo de Pazarkule. Centenares de refugiados han quedado encallados aquí. Grecia les impide la entrada y Turquía evita que regresen a Estambul y a las otras ciudades otomanas de donde provienen.

Vecinos de los alrededores han visto en esta crisis una oportunidad de negocio. Han montado un mercadillo improvisado en el camino, a pocos metros de la frontera. Venden agua y alimentos, e incluso hay algún puesto de comida caliente. También ofrecen lonas y plásticos para construir barracas.

El transporte es otro de los servicios que ofrecen. A ello se dedican taxis reglados y motoristas que lo hacen de forma pirata. Incluso una señora vende cigarrillos a los transeúntes.

El paso fronterizo de Pazarkule (Turquía)

Recorriendo unos treinta kilómetros hacia el sur llegamos a Doyran. En este pequeño municipio otomano se asentaron en los últimos días más de 300 refugiados. Aquí el río Evros actúa como frontera natural entre Grecia y Turquía. Apenas una cuarentena de metros de agua separa ambos países.

Apreciamos cómo nos observan con unos prismáticos desde una torre de vigilancia en el lado heleno. Decenas de refugiados han intentado acceder a Grecia cruzando el río en este punto.

Algunos han usado balsas que ellos mismos se habían construido o que habían comprado a los habitantes del lugar. Otros habrían pagado 100 liras (unos 14,5€) a mafias para que les ayudasen a pasar al otro lado

El río Evros en su paso por Doyran (Turquía)

Vecinos de Doyran cuentan que las fuerzas de seguridad helénicas han llegado a confiscar el móvil, la cartera e incluso los cordones de los zapatos a los que han alcanzado la otra ribera para darles un escarmiento.

Ante las dificultades de cruzar la frontera en este sitio, las autoridades turcas han trasladado a los refugiados a otros pasos cercanos, como el de Ipsala y el de Pazarkule. Operarios locales están limpiando el terreno, y recogiendo y quemando los restos del campamento.

Campamento de refugiados en la orilla del río Tùndzha en Edirne (Turquía)

Volvemos a Edirne. A la orilla del río Tùndzha, el principal afluente del Evros, algunos cientos de refugiados han establecido otro campamento. La policía está presente y parece que se plantea desalojarlos. Finalmente no lo hace.

Con el atardecer las temperaturas vuelven a quedarse en un solo dígito. Es momento de cenar y de prepararse para pasar otra noche al raso.

Varios refugiados nos cuentan que lo han dejado todo en las ciudades turcas de donde provienen para entrar en la Unión Europea. Ninguno de ellos se plantea volver atrás. No tienen un plan B.

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