La historia de Rosmery: cómo de una tragedia familiar fundó una ONG para luchar contra la exclusión en Perú

Rosmery Cruz Caballero se encuentra al frente de 'Hilo Rojo', una ONG cuyo principal objetivo es mejorar la vida de familias en riesgo de exclusión social en Trujillo, Perú

La historia de Rosmery, la mujer que fundó la ONG 'Hilo Rojo' para luchar contra la exclusión social en Perú

Lucía F. Gallardo

Publicado el - Actualizado

9 min lectura

Rosmery Cruz Caballero, es una profesora y madre de familia que, a sus 61 años, también se ha convertido en la madre de muchos otros. Se encuentra al frente de 'Hilo Rojo', una ONG de la que es fundadora y presidenta y cuyo principal objetivo es mejorar la vida de niños, mujeres y familias en riesgo de exclusión social en Trujillo, Perú. Y así lo hace junto a Américo Rosario (Director educativo) y Edward Rosario (Director de proyectos), a través de la educación, el fortalecimiento y el compromiso desde su propia escuela, que se encuentra en el distrito de La Esperanza.

Este gran proyecto ha sido fruto de la pasión y un corazón roto. "Surgió por mi ética profesional como maestra de la zona y por la pérdida de mi hija", asegura Rosmery, a la vez que reconoce que "este proyecto le ha fortalecido" desde entonces tras todo el dolor que tenía. Además es "un proyecto familiar": "Es un motivo familiar por el que para mí empieza esto y sin mi hijo Edward y mi esposo Américo esto no habría funcionado".

Fue entonces cuando puso el foco en La Esperanza: "A nivel nacional el distrito estaba marcado como zona roja, que significa que había mucha delincuencia. Esta zona estaba marcada como el lugar más peligroso e Hilo Rojo ha marcado con su dedicación para erradicar el analfabetismo".

"Entre los objetivos está luchar contra la pobreza. Tenemos un comedor, con una olla común. Damos comida tanto a las familias como a los niños. También queremos desarrollar una escuela tecnológica porque estos niños no tienen muchos conocimientos al respecto. Damos clases de inglés con el objetivo que los niños en la escuela pública no carezcan de este idioma. El proyecto inició como una escuela alternativa y ahora queremos también desarrollar como un albergue para poder acoger a familias sin hogar ni recursos", añade sobre sus funciones como organización.

Sin embargo, todo este proyecto comenzó desde cero como un trabajo de ir puerta por puerta: "Dejé todo en 2012 y, antes de que acabase el año, empecé con el proyecto, pero se inició sin ser una ONG. Lo empecé para mi ayuda personal. En los inicios nadie me escuchaba como Rosmery, pero yo daba todo. Fue entonces cuando Edward, que es el administrador del proyecto, me comentó que podíamos ir a más y decidimos hacer una ONG", cuenta.

Es por esto por lo que, desde 2013, dedica su rutina al completo a las familias de la zona, ya que también se involucra en el resto de factores que afectan al desarrollo de sus alumnos, prestando atención a todos los aspectos de su vida: "No hay descanso porque hay que enfrentarse a los problemas del día a día, ya sea enfermedades de los niños o los familiares, si les falta ropa, si necesitan medicamentos, remedios naturales, si tienen un comportamiento puntual por algo que les ha pasado... Buscando siempre alternativas por si no encontramos las ayudas que necesitamos. Hacemos este control en el camino en torno a la educación y por esto también contamos con la ayuda de una psicóloga en la escuela".

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"Solo con mi sueldo de maestra sería imposible poder ayudarlos"

Además, su esfuerzo implica también una gran fortaleza emocional, dado todas las situaciones delicadas en las que se ve involucrada a la hora de ayudarles y lo que presencia diariamente: "Ha habido momentos en los que me he bloqueado, pero es cuando se dan casos graves. Cuando llegó una mujer a la que se le había muerto una hija, me afectó mucho porque me puse en su piel y me hizo revivir lo que me pasó".

Todo esto lo compagina con su trabajo como profesora de primaria de la escuela pública de la zona porque necesita ese sueldo como "algo seguro para poder dar a los niños". "Antes trabajaba en la universidad y lo dejé por un problema personal. Ahora me he reincorporado porque tengo 61 años y, si ya no trabajo más, no me pagan casi nada y no puedo permitírmelo. Tengo que seguir al menos cinco años más para poder jubilarme y tener dinero para poder mantener el proyecto", aclara al respecto la fundadora de 'Hilo Rojo'.

"Con mi sueldo de maestra no da, sería imposible poder ayudarlos. El dinero que empleamos en el proyecto también sale de la acogida de voluntarios y las donaciones. Gracias a esto, ya hemos podido hacer dos aulas de madera y todo eso se ha conseguido gracias a la gestión de los voluntarios", explica sobre los ingresos que recibe la ONG. Asimismo, con el paso de los años marcados por su dedicación, ha logrado tener ayuda y "aliados" como "la fiscalía o el gobierno regional" para poder ayudar a las familias con las dificultades que se encuentran en su día a día.

A pesar de todas las horas de trabajo que esto implica, siente que merece la pena cada día por el agradecimiento que muestran los más pequeños: "Hay mucho amor en 'Hilo Rojo' por parte de los niños. Cuando llego al colegio vienen corriendo a hablar con nosotros". Pero la familia de 'Hilo Rojo' va mucho más allá, de hecho, desde América, hasta Europa u Oceanía: "Convivo con los voluntarios en la misma casa. El que llega se convierte en mi hijo, mi sobrino...".

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"Los voluntarios han ampliado mi familia"

"El tener aquí a los voluntarios ha ampliado mi familia y, me guste o no, me está ayudando a sanar mi herida porque cuando me dan un abrazo... A ellos también les pasa, y con los niños. Brotan muchas lágrimas cuando se van. Me dejan una herida sana, fortalecida, que no hay daño. Es un apego que tenemos", agrega sobre la estrecha relación que forja con los voluntarios que acoge para ayudar en el proyecto.

Así lo corrobora Raquel Cabanillas, una estudiante madrileña de 24 años que formó parte de Hilo Rojo como voluntaria durante dos semanas: "La relación con los niños, el resto de voluntarios y miembros de la organización es increíble. Los niños son máquinas de dar cariño, son puro amor y son muy agradecidos, como sus padres. Me sentía como en una gran familia". "Se establecían vínculos muy fuertes entre el niño y el voluntario. Y la relación con la ONG es muy buena", asegura quien fue su compañero Arnaldo Hilmar Bell, un joven voluntario de 26 años que también fue desde Madrid para colaborar durante más de un mes.

"Cuando hay algún problema yo converso con ellos, pero, en muchas ocasiones, más que yo ayudarles, ellos me ayudan a mí. Y todo lo que me proponen para el proyecto me parece genial. Trato de que aquí haya esa confianza y con la finalidad de que podamos ayudar en el proyecto. Incluso cuando los voluntarios se van, siguen ayudando desde su país, mandando ropa o regalos para los niños. A los niños se les cambia la cara", cuenta Rosmery sobre el otro lado del proyecto.

Respecto a esto, según explica la directora de la ONG, los voluntarios que llegan tienen su propia rutina, la que coordinan con los directores de la organización: "Hay un voluntario que se encarga de explicar qué se debe hacer, cómo son los niños... Han determinado un plan. Hacemos reuniones una vez a la semana. Años anteriores hacía yo todo esto porque fui yo quien inicie el proyecto, pero ahora ellos me ayudan".

"Un hilo rojo que nunca se podrá romper"

"Creo que, además de la educación, ayudamos a los niños a que se centren en la escuela y olviden un poco la realidad de la situación en la que viven, que lo pasen bien con los voluntarios, con los otros niños... La organización es un apoyo, también para enseñarles valores como la disciplina, la empatía...", opina Arnaldo por su parte sobre la función de los voluntarios. "Es una iniciativa muy necesaria. Tanto la escuela como los proyectos independientes a dicha escuela ayudan mucho a las familias para darles una mejor calidad de vida", apunta Raquel, haciendo referencia a otras de las actividades que se llevan a cabo, como recolectar comida o dinero para mejorar las condiciones de la escuela o sus hogares. "Si se quiere ayudar se puede", insiste, ya que cualquier gesto o aportación económica que puede ser mínima para nosotros puede hacer que su día sea mucho mejor.

Ambos coinciden en que está experiencia les ha cambiado la vida, ya no solo por dar más valor a lo que tienen, sino por tener la posibilidad de formar parte de su comunidad y "poner nombre y cara a estas personas que lo pasan mal". "El conocer a todas las personas que viven una realidad diferentes a la nuestra. Te permiten estar implicado y en contacto con los problemas de la sociedad pobre peruana experimenta", dice Arnaldo. Aunque como señala Raquel, también hay una parte dura en todo esto: "La parte menos agradable fue ver las condiciones en las que vivían los niños y lo normalizado que lo tenían todo, así como escuchar algunas de las historias tan duras por las que han tenido que pasar".

Es por esto por lo que, en todo su conjunto, Rosemery reconoce sentirse bien y muy contenta con lo que están consiguiendo: "Después de esa etapa difícil que viví, me siento bien con esto porque sé que voy a ayudar y no voy a permitir un dolor", insiste la directora de la organización sobre lo que ella se refiere como su "responsabilidad con pasión". "Me ayuda a mejorar mi estado de ánimo porque dejo a un lado mis problemas personales, aunque cuando a ellos les pasa algo me afecta mucho. Pero siempre que haya problemas o casos de salud que podamos solucionar, me alivia. Mientras pueda ayudar a una persona, me siento bien. Tengo fortaleza al saber que puedo ayudar", reflexiona, poniendo sobre la mesa que lo realmente importa es "escuchar, ayudar y dar de corazón" a quienes no cuentan con los medios para tener una vida mejor.

De esta manera, Rosmery Cruz Caballero ha logrado construir una familia de miles de personas desde la única idea de evitar a los demás un dolor similar al que ella sufrió. Uniendo, con su dedicación, tanto a habitantes peruanos como de todos los rincones del mundo con un hilo rojo que, como dice cada una de las leyendas forjadas por la cultura oriental, "se puede estirar o contraer, pero nunca romper".

La historia de Rosmery, la mujer que fundó la ONG Hilo Rojo para luchar contra la exclusión social en Perú

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