De 'ninis' a 'sisis': Los jóvenes post-crisis compatibilizan estudios y trabajos precarios

España ha pasado de la generación Ni-Ni a la Sí-Sí

Los jóvenes de la post-crisis: opositores y trabajadores precarios

José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

5 min lectura

La generación nacida entre mediados de los ochenta y comienzos de los 90 estaban llamados a hacer de España un país definitivamente desarrollado, capacitado para competir con las máximas potencias del planeta en campos como la medicina, la ciencia, la investigación o la tecnología. Se les consideraba la generación más preparada de la historia.

Aquel futuro esperanzador se vio truncado por la crisis económica. Los gobernantes paralizaron las máquinas del progreso, y se dedicaron casi de manera exclusiva a cuadrar las cuentas. Aquello conllevó recortes de derecho y precarización en la contratación en el mejor de los casos. Se pasó de la generación más preparada de la historia a la “generación perdida”, donde proliferaron los llamados Ni-Nis (ni estudio ni trabajo), que vino acompañada de una “fuga de cerebros.”

Con el paso de los años y mucho esfuerzo del ciudadano de a pie, las macro-cifras comenzaron a cuadrar, pero ya nada fue igual. Se instaló una resignación general que llevó a buena parte de la juventud a asumir la precariedad y la incertidumbre laboral como parte de su paisaje cotidiano. Proceso que han propiciado los Sí-Sí. Ahora sí estudian (más bien opositan) y trabajan (por duros a pesetas). La generación llamada a arrasar en I+D+i, aspira ahora a ser funcionaria. Buscan seguridad entre tanta incertidumbre.

Son los casos de Sandra y Marta. Ambas rondan los 25 años. Asturiana y extremeña respectivamente. Para ambas, las 24 horas del día se le quedan cortas. Trabajan mientras opositan. Sandra para ser maestra y Marta para administración sanitaria.

Los padres de Sandra no pasan por su mejor momento económico. Su madre está en paro, y a sus 58 años, retornar al mercado laboral se antoja complicado. Con el sueldo de su padre, se alimentan cinco bocas. Por este motivo, Sandra decidió dar un paso adelante: “Cuando acabé magisterio, tuve claro que quería trabajar en lo que fuera, mientras preparaba las oposiciones. Comencé haciendo prácticas en un colegio, y ahora me dedico todas las tardes a dar clases particulares a los alumnos de Primaria y Secundaria. Al menos me llega para mis gastos y no tener que pedir dinero a mis padres.”

El salario de Sandra  no da para independizarse. Marta si lo logró, pero junto a tres amigas, que comparten piso en Badajoz. El alquiler no llega a los 200 euros. Cantidad que sin embargo es mucho para Marta, dado que apenas percibe 700 euros netos por su trabajo como teleoperadora. Lo peor para ella es el horario: de diez de la mañana a seis de la tarde, con una hora para comer. En esas condiciones, preparar oposiciones es complicado: “Hay días que me levanto a las seis de la mañana para estudiar, aunque apenas me cunde. A las ocho y media lo tengo que dejar para ducharme e irme a trabajar. Por la tarde me pongo otro rato, pero mi cabeza ya no funciona igual”, lamenta Marta, que prepara oposiciones de administrativo en la Sanidad Pública de Castilla-La Mancha.

Ambas están sacrificando su vida social para sostener el empleo y estudiar: “¿cómo te quedas si te digo que ni me acuerdo de la última vez que me senté  en una terraza con los amigos a tomarme una cerveza? Y salir de fiesta ni te cuento, confiesa entre bromas Sandra. Marta por su parte apenas tiene tiempo para dedicarle a su novio, que además reside en Toledo: “Menos mal que él se sacrifica y viene muchos fines de semana a verme. Si no sería imposible. No me da la vida.”

Tanto Sandra como Marta se muestran optimistas, al menos en el momento en el que contactamos con ellas. Reconocen que tienen sus momentos de “bajón”. Y es que Marta ve muy difícil entrar en bolsa, y mucho menos obtener plaza: “Hay demasiada competencia. Ya me examiné dos veces anteriormente. En la primera fue un desastre, y en la segunda aprobé con casi un siete, pero no me dio la nota para entrar en bolsa.” Visión parecida tiene Sandra: “Estoy confiada porque me lo estoy currando, pero tampoco hay que engañarse. Se presenta mucha gente y las plazas son escasas.”

Es una generación a la que tampoco le asusta conocer mundo, pero no solo en calidad de turista. Es el caso de Adrián. Tras licenciarse en Traducción e Interpretación, optó por cursar un Máster en Ginebra (Suiza). El nivel económico en el país centro-europeo es prohibitivo: “Los salarios son elevadísimos. Cobrar 5.000 euros mensuales puede ser lo equivalente a 1.500 euros en España”. Adrián lo conoce bien, ya que al tiempo que cursa su Máster, está empleado como cajero de un supermercado. Percibe un salario de 2.500 euros. No le llega ni para pipas: “En Ginebra vivo con varios compañeros como podemos. Yo incluso los fines de semanas, para ahorrar, cojo el tren para ir a Francia y hacer la compra.”

Pese a las dificultades, está orgulloso de lo que está consiguiendo: “Es el primer año que vivo fuera de mi casa. Con 24 años que tengo, estoy haciendo un Máster que me gusta y con el que espero me salga trabajo pronto. Además estoy perfeccionando mi inglés y alemán. ¡Qué más puedo pedir! Hay que salir de la zona de confort.”

Pese al optimismo general que respiran nuestros tres protagonistas, son conscientes de que España les debe algo a su generación: “No puede ser que muchos chicos o chicas de casi 30 años sean todavía becarios”, afirma Marta. “Lo primero que le pediría a nuestros gobiernos es que tomen medidas para acabar con la precariedad”, remarca Sandra. Y Adrián sentencia: “El mercado laboral en España todavía no está hecho para nosotros.”

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