Lydia Sainz-Maza: “Tres meses de citas telefónicas y mi hermana se estaba muriendo al otro lado del teléfono”
Se niega a pensar que el caso de su hermana “sea mala suerte”, sino una señal de que “el sistema falla de forma garrafal”
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Sonia Sainz-Maza, de 48 años, ha fallecido de cáncer. Empezó a encontrarse mal en abril y durante tres meses no consiguió una cita presencial con su médico. La mayoría apuntaban a una lumbalgia. Incluso le agendaron una cita con un rehabilitador para marzo de 2021. Sin embargo, los dolores y la pérdida de peso seguían. Fue a urgencias, con un intenso dolor de pierna. Pidió una analítica. Y todos los valores alterados señalaron lo peor: Sonia padecía un cáncer de colon en estadio 4. Metástasis. Ingresó el 13 de julio, y 4 semanas más tarde la enfermedad se la llevó.
Lydia es su hermana pequeña. “A mí nadie me puede negar que podría estar viva o que hubiese aguantado unos meses más, quién lo sabe. Da igual el número de meses porque era mi hermana y se fue en un mes. Fue al hospital en un estado límite. Cuando le estaban dando citas telefónicas, mi hermana se estaba muriendo al otro lado de la llamada. Se estaba consumiendo”, lamenta.
Asegura que su hermana ha sufrido mucho y que se le ha negado una “calidad de vida mínima y continuar con vida el tiempo que fuese”. Denuncia que Sonia “ha sufrido una desatención imperdonable”.
Tras la experiencia con el caso de su hermana, Lydia pide que acaben las consultas médicas por teléfono. “La medicina es sentarse cara a cara con el paciente, mirarle, tocarle, y todo lo demás son inventos que no nos van a llevar a ningún sitio bueno”, sentencia.
Entiende que al principio de la pandemia, cuando la situación todavía era incierta, se optase por las teleconsultas para evitar contagios y saturación en las urgencias. Eso sí, considera que a estas alturas de año, en segunda ola y en octubre, ese método ya no tiene sentido.
Pone el siguiente ejemplo: “Imaginemos que no hay coronavirus, y a los profesionales sanitarios se les dijera que hay que trabajar con una venda en los ojos. Sería inimaginable. Pues esto es lo que significa la atención telefónica. Tapar los ojos a los médicos. Si no ves, no se puede curar, por teléfono no se cura, por teléfono es muy complicado hacer un diagnóstico certero”.
Se emociona al recordar a su hermana en ese último mes de vida. No sabe qué le pasaría por la cabeza. “Imagino que es como una losa que te cae encima. Ingresas en el hospital con un dolor de pierna tremendo, pero un dolor de pierna. Y que allí te enteres de que tienes un cáncer muy avanzado que no se puede operar, te deja hundido”, supone.
Al principio, Sonia lloraba cuando le visitaba su familia, “pero enseguida se vino arriba”. Lydia se emociona al explicar que su hermana confesó en alguna ocasión a su madre sentía miedo: “Y mi madre le decía que si otros pudieron, ella también. Tenía ganas de luchar, pero su cuerpo no podía más. Esos tres meses… esos tres meses perdidos han sido cruciales”.
La familia está en contacto con un abogado y estudia emprender medidas legales. Es consciente de que Sonia no va a volver y que “el daño es irreparable”, pero cree que “no se ha hecho nada” por ella. “Lo único”, dice, “tres meses de consultas telefónicas y una cita con un rehabilitador para marzo de 2021”.
Lydia se niega a pensar que el caso de su hermana haya sido mala fortuna. Para ella, “mala suerte es tener un cáncer tan silencioso y que de la cara al final”, pero “que un traumatólogo de por cierto el diagnóstico de un médico de cabecera que te ha atendido por teléfono, eso no es mala suerte”. O que “en las urgencias hospitalarias no te sepan mirar a la cara bien, diez minutos, como para sospechar que te está pasando algo más que ese dolor de pierna”. No ve todo eso como “tener mala suerte” sino como una señal “de que el sistema falla garrafalmente”.