Pepe Rodríguez: “Mi madre montó un mesón para vivir de él, yo cocino para emocionar”

El carismático jurado de MasterChef recuerda los orígenes de su restaurante y repasa cómo ha evolucionado la gastronomía española

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Belén RódenasRubén Mendoza

Publicado el - Actualizado

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Le gustan los toros, es del Real Madrid y fan de los Rolling Stones. No tiene un plato favorito, es de mente abierta, se considera afortunado en la vida y le hacen feliz las cosas sencillas. Sabe guardar secretos y le cuesta dar sorpresas. Como él mismo afirma, es un “ambicioso súper comedido”. Su familia lo es todo para él. Mezcla sus raíces cubanas, manchegas y gallegas, las mismas que las de El Bohío, su restaurante, donde si algo tiene claro Pepe Rodríguez, es que cocina para emocionar.

En plena emisión de otra apasionante temporada de MasterChef, Pepe nos hace hueco en su agenda y llega puntual a su cita, de sport, con pantalones a cuadros y deportivas. Nos encontramos en El Bohío, un restaurante que es pura miscelánea. Dos fachadas que explican a la perfección la simbiosis entre la tradición y la modernidad. Una de ellas con sus vidrieras y sus enrejados de forja manchega, la otra, como si estuvieras en el último restaurante de moda neoyorquino. Esto tiene su gracia si recordamos que El Bohío se encuentra en la localidad de Illescas.

Pepe Rodríguez: “Mi madre montó un mesón para vivir de él, yo cocino para emocionar”

Fachada del restaurante El Bohío en Illescas. FOTO: Rubén Mendoza

Todo comenzó en esa misma cocina en la que nos encontramos realizando la entrevista. “Aquí había una higuera, esto era una casa particular donde mis padres montaron un mesón; el antiguo Bohío donde mi madre se había criado”, relata.

Pepe recuerda sus años de estudiante. “Era bueno, pero dejé de serlo cuando llegué al instituto”. “Me perdí, me metí en el caos y me dejé”. Al no sentirse muy presionado por sus padres, decidió meterse con su hermano en el restaurante. “Entro por obligación, empiezo a aprender los cuatro platos que se hacían aquí entonces, hasta que me fui a Currito a Benalmádena y empecé a ver mundo”.

Con 21 años se apunta al certamen de alta cocina de autor donde se encuentra con los grandes cocineros franceses y donde ya se intuía que dos jóvenes, Berasategui y Adriá, podrían llegar a ser grandes restauradores. “Allí fue donde me di cuenta de lo que se podía hacer con la comida y cuando dije esto es lo mío”. Trabaja con ambos topándose con la “novelle cousine” española en plena ebullición.

Es en ese momento cuando Pepe encuentra la diferencia entre dar de comer, alimentar y emocionar. “Cuando estaba aprendiendo salió el libro de Santi Santamaría 'La ética del buen gusto'. En su primera página ponía: “Yo no cocino para alimentar, cocino para emocionar”. Justo ahí estaba la diferencia. “Mi madre montó un mesón para vivir de él, yo cocino para emocionar”, cuenta orgulloso.

El jurado de MasterChef echa la vista atrás y recuerda cuánto ha cambiado la gastronomía y la cocina en nuestro país, ahora con una o dos escuelas de hostelería en cada provincia. “Hoy se va a una escuela primero a formarse y luego de prácticas a diferentes restaurantes (…) Yo tenía que aprender en agosto, que era cuando cerraba el restaurante”, recuerda.

Si algo tiene claro Pepe es que es un hombre afortunado. Como decía su abuela, “suerte te dé Dios, que el saber nada te vale”. “Hay que estar en el momento justo, a la hora justa, cuando tocaba…” Y parece que Dios repartió suerte y le tocó un buen pellizco. Suerte y mucho esfuerzo para reinventar su restaurante y conseguir una estrella Michelín, que aún conserva 19 años después. “La guía Michelin es la más seria que hay. Ha hecho mucho por este país, pero también ha hecho mucho daño porque ha dejado durante mucho tiempo de lado la gran cocina tradicional española”, explica.

“Gracias a programas como MasterChef hemos democratizado la alta cocina. Y en su edición junior hemos hecho que los niños se interesen por la gastronomía”, afirma. Especial hincapié hace en la alimentación infantil. “Mi hija odia la sopa de pescado del colegio porque debe ser deleznable. Cuando se la hago yo en casa me pregunta qué es. Yo hago el esfuerzo para que mis hijos coman bien. Invierto mi tiempo, no lo pierdo. Ahora, cuando les hago una tortilla francesa para cenar me echan la bronca”.

Así es Pepe Rodríguez, un hombre campechano y accesible que transmite como nadie su amor por los fogones.

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