‘Crónicas perplejas’: “Mi parque de atracciones es una sillita de plástico en una terraza”

Habla Antonio Agredano de los parques de atracciones comparándolos con la vida cotidiana, ¿cuál os gusta más?

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¿Con qué compara Antonio Agredano los parques de atracciones en sus 'Crónicas perplejas'?

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

No voy a los parques de atracciones. Los parques de atracciones me dan miedo. ¿Por las atracciones? Os preguntaréis. ¿Por los giros en el aire? ¿Por sus inesperados descensos? No. No es por eso. Los parques de atracciones me dan miedo por dos cosas: por los precios, que luego me detendré en ello; y por las colas. Sobre esto último: esperar veinte minutos para pasar un mal rato debería seguir siendo competencia exclusiva de las clínicas dentales. Ir a Isla Mágica, que es el que tengo más cerca, y ponerse ahí en una filita llena de jovenzuelos para subirse en el Jaguar ese. Que no dura ni dos minutos. Para que te zamarrean de un lado para otro. No sé. Mi idea de ocio es otra.

Mi parque de atracciones es una sillita de plástico en una terraza. Una mesa de chapa. Una cerveza fría, fría; de esas que las apoyas y se van alejando de ti. La caña deslizándose en su propio fresquito. Una tapa generosa de altramuces. Doce de la mañana, que es la hora oficial del primer trago etílico cuando el ocio lo permite. Y luego ese olor a azahar. El cielo insultantemente azul. La ciudad desperezándose aún, un sábado por la mañana. Los niños estrenando sus pantaloncitos cortos. Las mujeres guapas, los hombres con brío matutino. Camisas de lino. Vestidos de tirantes. ¿No es mejor eso que tirarse por una rampa montado en un tronco de plástico duro y mojarse con el agua esa de las atracciones que tiene más verdina que una alberca?

¿Vas a comparar esa caña bebida como agua, por eurito y medio, dos euros a lo sumo, con esos cervezones indecentes y calentorros servidos en vaso de plástico por cinco euros? ¿Dónde está la felicidad entonces? ¿En ese parque de atracciones lleno de niños gritones y chavalería descontrolada o en ese otro parque de atracciones que es la vida cotidiana, con sus terracitas coquetas, su pescadito bien frito y su bandeja de ensaladilla recién puesta en la vitrina?

Vosotros sabréis, que ya sois adultos. Y si os quedáis con las ganas de cacharritos, pues esperáis a la feria, os pegáis cuatro chocazos en los coches de tope, y a seguir con lo importante: beber, reír y hacerse viejo dignamente. Puesto a elegir: menos montañas rusas y más ensaladillas de idéntica procedencia.

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