Luis del Val: "Los agricultores han despertado: a los chantajistas se les mima, a los mansos se les desprecia"
"Y los políticos, sumamente preocupados por el despoblamiento de la España rural, sólo conocen el campo desde las ahumadas ventanillas del coche oficial"
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He conocido el arado romano, y he pasado mi mano de niño por la suave superficie de la mancera, lisa como el mármol, pulida con las callosas manos de mis tíos que, a puro de arar, transformaban la madera en una brillante lisura.
Cuando se habla de productos estratégicos, esos que salvan a una sociedad en caso de guerra o catástrofe, siempre se piensa en el petróleo o en las medicinas, pero el primer producto estratégico, el que permite sobrevivir, es la agricultura y la ganadería. Sin comida no se puede resistir, y vivimos en un país que completa todo el arco de la alimentación.
La vida en Barcelona o en Madrid, puede que sea más cara que en un entorno rural, pero al hombre del campo le cobran lo mismo por el combustible, por la luz, y por usar el móvil, que al que vive en la ciudad.
Los agricultores tienen razón, porque les es imposible producir más barato, mientras la distribución o el comerciante suman, en muchas ocasiones, más del ciento por ciento del precio de origen, incluso después de descontar los gastos de almacenamiento y transporte.
Todos estos políticos, que hace unos días parecían sumamente preocupados por el despoblamiento de la España rural, puede que sólo conozcan el campo desde las ahumadas ventanillas del coche oficial, porque, ni siquiera en periodo de elecciones, van por lugares de escasa cosecha de votos. Y, si alguna vez van, les es bastante difícil distinguir un peral de un ciruelo, o la espiga de la cebada de la del trigo.
Gracias a las subvenciones promovidas por la Unión Europea la España rural no es hoy un desierto. Y aun así, cuando voy a Ateca, veo yermas las tierras que antes eran viñedos, e incluso parcelas de regadío abandonadas y pasto de las malas hierbas. En Francia hay leyes que vigilan el paso de los productos agrícolas hasta el consumidor y se corrigen abusos. Aquí, no, porque los agricultores no hacen huelgas, no presionan, no molestan, no chantajean a los gobiernos. Siembran a finales de otoño, podan a finales de invierno, quitan hierbas en primavera y cosechan en verano. Eso si el pedrisco no ha terminado con los frutales, la uva y el cereal, o si la sequía no se ha prolongado, o si las heladas no han dejado nonatas las flores de los frutales. Y, si van las cosas bien, a lo más que aspiran es a cambiar el dinero, porque los sulfatos y los fertilizantes suben todos los años de precio.
Cuando veo a esos secesionistas, habitantes de un territorio mimado siempre por los gobiernos centrales, lloriquear y mentir por el sufrimiento y la persecución que dicen que les causa el gobierno central, me indignan, casi me encolerizan, porque están insultando a esas cuatro generaciones, que han acudido todos los días a una oficina al aire libre, donde no existen climatizadores, sino la lluvia, el viento, el frío, la nieve o el calor sofocante. Ayer, los agricultores se despertaron, porque se han dado cuenta de que a los chantajistas y extorsionadores se les mima, y a los mansos y obedientes se les desprecia. Y es que llega un momento en que la injusticia es tan evidente que resulta insoportable y difícil de tolerar.