Si olvidamos que María es Madre de Dios…

Escucha La Firma de José Luis Restán del jueves 2 de enero

Imagen de archivo de Notre Dame
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Escucha la Firma de José Luis Restán del jueves 2 de enero

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

Todavía con los ecos de la reapertura de Notre Dame en la memoria, un amigo me envía la impresionante imagen la Piedad que permaneció intacta cuando se derrumbó a sus pies una torre de la catedral. Rodeada de polvo, suciedad y cenizas, la Virgen estaba allí sentada con su Hijo en su regazo, con los brazos levantados hacia el cielo. Como diciéndonos que ella sabe muy bien que la luz brilla en las tinieblas y que la muerte es el umbral de la vida. Ayer comenzamos el año con la celebración de “María, Madre de Dios”, un título acuñado en el Concilio de Éfeso, en el año 431. Tras haber confesado en Nicea la plena humanidad de Jesús, Éfeso quiso asentar que María, realmente, trajo a Dios al mundo. Mi amigo observa con notable sagacidad que allí donde se ha ignorado o desdeñado el título de «Madre de Dios», se olvida pronto la llamada del hombre a la santidad, y el cristianismo se ve como una fórmula de autosuperación en clave terapéutica o moralista. Y entonces el anuncio cristiano, tan fascinante y liberador, parece de repente aburrido. La Iglesia, cuando se despoja de su carácter mariano, que es a la vez virginal y maternal, se convierte simplemente en una anciana cansada. ¿No es esta una imagen de lo que nos está pasando hoy en Europa?

Sólo cuando reconocemos y experimentamos lo que significa que Dios se ha hecho verdaderamente hombre, brota de nuevo la esperanza. Sólo entonces sucede lo que el gran Romano Guardini intuía hace cien años al escribir que “la Iglesia está despertando en las almas”. Ese sería in bello fruto del Año Jubilar que acabamos de estrenar. Ese despertar no tiene que expresarse necesariamente como un triunfo en términos mundanos, pero mientras la Iglesia saque fuerzas del misterio mariano que ayer celebramos, podrá resurgir de cualquier aparente destrucción, podrá nuevamente interrogar al mundo y atraerlo a Cristo.

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