Carta pastoral de Mons. Jesús Fernández: Enciende una luz. Enciende tu luz.
El obispo de Astorga reflexiona sobre este tiempo litúrgico de Adviento donde podemos colaborar con instituciones como Cáritas que se preocupan por los más necesitados
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Por desgracia, no vivimos un momento propicio para la esperanza. La crisis financiera iniciada en el 2008 y que afectó profundamente a los más pobres y en riesgo de exclusión, se ha visto prolongada y acentuada con la pandemia de la Covid–19. Más de mil cien millones de personas en el mundo vive con menos de un euro al día y los inmigrantes son utilizados como arma arrojadiza; en España, más de seis millones de personas viven en la pobreza extrema y sólo cuatro de cada diez familias se encuentran plenamente integradas socialmente; la fractura social y política va en aumento, muchas personas viven en soledad y sin los cuidados necesarios, avanza la cultura de la muerte… Negros nubarrones se ciernen sobre buena parte de la humanidad y a duras penas, se mantiene en pie el sueño de un mundo mejor, un mundo más justo y solidario, un mundo donde se defienda la vida, donde a nadie le falte lo necesario para vivir, donde la fraternidad derribe las fronteras.
Mientras tanto, poco a poco, las ciudades han ido encendiendo la iluminación navideña. Incluso aquellas que están empeñadas hasta las cejas, buscan superarse y sorprender. El precio de la luz está por las nubes, aun así, la opinión de los expertos que aseguran que las luces de colores, que los juegos luminosos promueven el entusiasmo de la gente y empujan al consumo, se impone. Ahí está la clave: consumir; ¿existe otra Navidad? ¿Cabe otro motivo para sonreír?
Por supuesto, existe. En las próximas semanas, miles de personas a título individual y a través de instituciones como Cáritas y distintas ONGs se preocuparán de recoger y distribuir gratuitamente alimentos, de preparar comidas y cenas festivas, de visitar a enfermos y a personas sin compañía. Son personas que han descubierto que el amor y el servicio a los demás conforman una luz poderosa capaz de llenar de alegría el corazón del que los atesora y de aquellos que los disfrutan. Son sembradores de esperanza en un mundo yermo en el que la sonrisa con frecuencia se hiela, o bien se hace postiza.
Muchas de esas personas son cristianas y están celebrando el Adviento, tiempo de preparación para la llegada del Mesías. Saben que el Señor Jesús vino a este mundo hace más de dos mil años y vendrá al encuentro de cada uno en particular y del mundo entero al final de los tiempos. Saben también que, en medio de estas dos venidas y de forma discreta, sigue viniendo a nuestro encuentro, sobre todo en los hermanos más pobres y necesitados.
Efectivamente, el que se presentó a sí mismo como la luz del mundo (cf. Jn 8, 12), viene a llenar de luz y de alegría a la humanidad; los que se dejen iluminar por la Palabra de Dios y se conviertan a Él se convertirán en testigos luminosos y podrán decir con el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?” (Sal 26). Ellos son la esperanza de este mundo.
No está mal encender las luces de nuestras ciudades y pueblos, no; pero ojalá el ansia de consumir, la diversión superficial y egoísta, el pecado, no emboten nuestra mente hasta el punto de que nos volvamos ciegos y rechacemos a la verdadera luz que llega, al Mesías que esperamos y que cada día se hace presente, no sólo en el sagrario, sino también en los pobres y frágiles.
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