El primer debate entre el candidato demócrata y actual presidente, Joe Biden, y el republicano Donald Trump, ha puesto en evidencia la crisis política y moral de la primera democracia del mundo.

Parece incomprensible que el sistema garantista de selección de candidatos no haya sido capaz de designar a otros líderes a la altura de los desafíos de un mundo cambiante.

Por un lado, un Joe Biden que se caracterizó, durante la hora y media del debate, por sus balbuceos incoherentes, miradas confundidas y respuestas inconexa. Hasta tal punto que la vicepresidenta Kamala Harris ha insistido en una entrevista posterior en que hay que concentrarse en todo lo que ha hecho los últimos tres años y medio y no en lo sucedido en esa hora y media de debate.

Por otro, un Donald Trump dedicado a sobreactuar, agresivo y frívolo, sembrando alarmismo y bulos en el electorado, con mensajes destinados a reforzar a los suyos con la estrategia del miedo y a seguir levantando los muros de la polarización. El debate fue tan preocupante como que los candidatos a presidir una de las naciones más relevantes en el escenario global se dedicaran a discutir sobre quién estaba más en forma o tiene mejor hándicap en el golf.

Con Biden, lo más previsible es que los demócratas pierdan la Casa Blanca. Con Trump, que pierda la democracia en Estados Unidos y que se acreciente la incertidumbre mientras Rusia y China van conquistando posiciones en la escena internacional.