Críticas de los estrenos de cine del 5 de diciembre

Análisis de los estrenos de cine de esta semana: Jerónimo José Martín y Juan Orellana comentan “Le Week-End”, “La gran belleza”, “Mary’s Land (Tierra de María)”, “Plan de escape”, “Carrie”, “La jaula de oro”, “3 bodas de más”, “El extraordinario viaje de Lucius Dumb”, “Rodencia y el diente de la princesa” y “Plot for Peace (Complot para la paz)”.

PLOT FOR PEACE

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

21 min lectura

Nick (Jim Broadbent) y Meg (Lindsay Duncan) forman un matrimonio de sesentones profesores británicos, ya sin hijos en casa y con sus carreras a punto de finalizar. Treinta años después de su luna de miel, pasan un fin de semana en París con la ilusión de revitalizar su maltrecha relación. Meg siente que merece una vida mejor, pero se muestra insegura y desamparada sin Nick. Por su parte, Nick no se plantea grandes cambios, aunque comienzan a incomodarle los resentimientos y reproches de Meg. En cuanto llegan a la capital francesa, se apodera de ambos una especie de alocado espíritu juvenil, que les lleva a juguetear sin rumbo por la ciudad, a gastarse más de la cuenta y a asistir a una fiesta organizada por el pegajoso Morgan (Jeff Goldblum), un viejo compañero de estudios de Nick, con el que se han encontrado por casualidad.

Esta nueva tragicomedia romántica del sudafricano Roger Michell (“Persuasión”, “Titanic Town”, “Notting Hill”, “Al límite de la verdad”, “El intruso”) le valió al inglés Jim Broadbent la Concha de Plata al mejor actor en el Festival de San Sebastián 2013, y opta ahora a los British Independent Film Awards en cinco categorías importantes. El guion del londinense Hanif Kureishi —que ya había colaborado con Michell en “The Mother” y “Venus”— tiene un planteamiento similar a los del texano Richard Linklater en la trilogía que inició con “Antes del amanecer”, pero adaptado a la ancianidad de los protagonistas y con fuertes trazos patéticos a lo Mike Leigh y afilados sarcasmos a lo Woody Allen. Como en los filmes de Linklater, Leigh y Allen, en “The Week-End” también hay situaciones dramáticas y cómicas, planteadas con un cierto afán de encontrar respuestas a las grandes preguntas, sobre todo a las que hacen referencia al matrimonio y a las demás relaciones humanas. En este sentido, el filme incluye pasajes superficiales y hasta procaces, pero también algunas reflexiones incisivas y a contracorriente, como cuando el protagonista manifiesta: “He decidido no mantener ninguna relación sexual en la que no haya amor”.

A pesar de su limitada antropología de fondo, ese esfuerzo narrativo y ético permite el lucimiento de todos los actores, especialmente de Jim Broadbent y Lindsay Duncan, que desarrollan una química poderosa y una veracidad apabullante, hasta acercar mucho sus personajes al espectador. Por su parte, Michell los mima en su naturalista puesta en escena que, de paso, saca brillo a los bellos lugares de París donde ha rodado. Queda así una película a la vez grata e incómoda de ver, con una visión del amor más profunda de lo habitual, en el que el sexo y la diversión banal no lo son todo.

Roma, durante un verano esplendoroso. Los turistas acuden en masa a la colina del Gianicolo. Allí, un visitante japonés se desvanece al observar tanta belleza. Mientras tanto, Jep Gambardella (Toni Servillo), un hombre atractivo y seductor, pero en realidad misántropo, cumple 65 años e intenta ignorar sus primeros signos de envejecimiento. Jep disfruta al máximo de la vida social de la ciudad, y asiste compulsivamente a cenas y fiestas chic, donde su chispeante ingenio y su deliciosa compañía son siempre bienvenidos. Periodista de éxito, en su juventud escribió una novela, “El aparato humano”, con la que consiguió un premio literario y se ganó la reputación de escritor frustrado.

Ahora esconde su desencanto tras una actitud cínica, que le lleva a ver el mundo con cierta lucidez amarga. Así lo demuestra a menudo en la terraza de su lujoso apartamento romano, con vistas al Coliseo, donde organiza desmelenadas fiestas en la que se muestra en toda su cruda desnudez la gran “comedia de la nada” que protagonizan damas de la aristocracia, arribistas, hombres políticos, criminales de alto vuelo, periodistas, actores, nobles empobrecidos, cardenales sin fe, artistas e intelectuales, auténticos o supuestos. Cansado de ese estilo de vida, Jep sueña con volver a escribir, aferrándose al recuerdo de un joven amor en el que sigue anclado y ansiando encontrar por las calles de Roma algún destello de la gran belleza que impedirá su desesperación total.

Esta premiadísima película del napolitano Paolo Sorrentino (“Las consecuencias del amor”, “Il divo”, “Un lugar donde quedarse”) actualiza el patético surrealismo de “La dolce vita”, de Federico Fellini, lo adereza con la desencantada decadencia de Luchino Visconti, Ettore Scola y Luis Buñuel en muchas de sus películas, y añade al cóctel unas gotas de la profunda trascendencia de Terrence Malick en “El árbol de la vida”. Todo ello, presentado a través de unas excelentes interpretaciones —Toni Servillo está sublime—, de una cautivadora puesta en escena —de enorme potencia visual— y de una antológica banda sonora, con temas clásicos y modernos de casi todos los géneros. Con este apabullante planteamiento estético, Sorrentino saca brillo a los parajes romanos más crepusculares, y desarrolla un incómodo examen de conciencia generacional, muy crítico con la hipocresía religiosa —ese cardenal experto en gastronomía, que no se atreve a escuchar las íntimas inquietudes del protagonista…—, pero también con la doliente vacuidad del individualismo materialista y hedonista dominante en Italia y en la mayoría de los países occidentales, mostrado a veces con crudeza verbal y formal, también en su sórdida visión del sexo.

A veces, esta ambiciosa propuesta de Sorrentino resulta pedante, o grotesca, o demasiado cínica. Y, desde luego, se queda siempre a las puertas de esa “gran belleza” que atisba en decenas de detalles cotidianos de la buena gente de la calle, en la apabullante hermosura de la naturaleza y de algunos monumentos, e incluso en la sencilla religiosidad, en realidad radical, de una monja entregada a los pobres, que presenta como una caricatura de la Madre Teresa de Calcuta. Sin embargo, su esfuerzo fílmico y ético no resulta banal, y obliga al espectador a plantearse las cuestiones fundamentales y a evaluar los fundamentos de su propia existencia. No es poca cosa para los tiempos que corren.

“Érase una vez, Dios. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Adiós, Padre Nuestro. Hasta nunca, seres celestiales. Si no os vemos, no os creemos. Hemos decidido vivir como si no existierais. Sin embargo... millones de personas siguen hablando con Jesucristo, a quien llaman Hermano. Y con la Virgen María, a quien llaman Madre. Creen que todos somos hijos de Dios y por eso le llaman Padre. El Abogado del Diablo recibe una nueva misión: investigar, sin miedo, a quienes aún confían en las recetas del Cielo. ¿Son unos estafadores? ¿Unos estafados? Si descubre que sus creencias son falsas, seguiremos como hasta ahora. Pero... ¿y si no fuera un cuento de hadas?”.

Así de directo y provocador es el planteamiento de “Mary’s Land (Tierra de María)”, el nuevo largometraje del realizador y actor madrileño Juan Manuel Cotelo (“El sudor de los ruiseñores”), que se estrena tres años después del éxito nacional e internacional de “La última cima”, su original documental sobre el fallecido sacerdote español Pablo Domínguez. Esta vez, Cotelo mezcla ficción y realidad, interpretando él mismo en clave cómica a un imaginario Abogado del Diablo, miembro de una atea sociedad secreta, cuya siniestra jefa le encarga una importante misión: desenmascarar diversas conversiones espirituales dentro del ámbito católico. La mayoría de ellas parten de encuentros más o menos místicos con la Virgen María, en concreto, bajo su advocación de Reina de la Paz, con la que se presenta desde hace treinta años en sus apariciones en Medjugorje, una aldea de Bosnia-Herzegovina cada vez más visitada por personas de todo el mundo.

De este modo, el Abogado del Diablo entrevista en Londres al prestigio empresario John Rick Miller, ex asesor del gobierno de Estados Unidos; al enfermero Salvador Íñiguez, que en su tiempo libre evangeliza a prostitutas en México D.F.; a la modelo colombiana Amada Rosa Pérez, que ha cambiado radicalmente su anterior vida frívola; al sacerdote panameño Francisco Verar, fundador de una casa de acogida para mujeres y niños que han sufrido abusos; al Dr. John Bruchaski, de Washington D.C., que practicó cientos de abortos antes de recuperar la fe y hacerse militante provida, y a la bailarina de Las Vegas Lola Falana, que encontró a Dios después de que le diagnosticaran una esclerosis múltiple. La investigación del Abogado del Diablo finaliza en el propio Medjugorje, donde asiste a diversas ceremonias litúrgicas, algunas multitudinarias, y entrevista a cuatro de los videntes, a la guía e intérprete croata Filka Mihalj y a la joven italiana Silvia Buso, que se curó allí de una paraplejía que sufría desde los diecisiete años.

Como se ve, la película afronta muchísimos temas de interés, siempre con una emotividad arrolladora, fruto de la autenticidad de las entrevistas, pero suavizada por el humor surrealista del Abogado del Diablo y enriquecida por los esfuerzos de éste para llevar esas experiencias místicas a un terreno más racional, profundo y cotidiano. De este modo, Cotelo consigue subrayar que esos hechos extraordinarios han llevado a sus protagonistas a la oración diaria, a la lucha contra sus bajas pasiones, a la práctica habitual de los sacramentos —sobre todo la Eucaristía y la Confesión— y a un mayor compromiso personal con la Iglesia y, en general, con los demás, sobre todo con los más desfavorecidos. Es decir, a un encuentro íntimo con Cristo en sus vidas ordinarias, que ha cambiado para bien el sentido de sus trabajos y relaciones, hasta llenarlas de felicidad, de una alegría desbordante y contagiosa.

Todo ese rico material se presenta tal cual es, sin mojigaterías hagiográficas ni enfáticos sermones, a través de una fresquísima puesta en escena, que goza de una audaz planificación, un sugerente montaje visual, sonoro y musical, una bellísima fotografía de Alexis Martínez y unas divertidas interpretaciones en la cómica subtrama de ficción. Más discutibles son las recreaciones bíblicas —tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento—, que Cotelo introduce de vez en cuando con el fin de ilustrar un poco a los no creyentes o a los creyentes con escasa formación doctrinal. Esos pasajes resultan un tanto infantiles y blandos, debilitan la continuidad de la trama principal y alargan el metraje innecesariamente.

Alguno echará en falta una mayor presencia parroquial o asociativa en la película. Quizás a otros le chirríe la arriesgada mezcla de alocada comedia paródica y sentido testimonio espiritual, o les pese el origen místico de las vivencias que se describen, pues ansían acercamientos fílmicos al cristianismo sin situaciones extraordinarias, más centrados en la heroica vida cotidiana de tantos cristianos. Tal vez a otros les parezca excesivo el papel que otorga la película a la intercesión de la Virgen María y, concretamente, a sus apariciones en Medjugorje, todavía no aprobadas oficialmente. Son comprensibles esas posibles prevenciones y objeciones. Al fin y al cabo, el propio Papa Francisco ha advertido recientemente —en su homilía en Santa Marta del pasado 14 de noviembre de 2013— sobre los peligros de una curiosidad malsana y superficial. “Mira —decía el pontífice—, ¡la Virgen es Madre! Y nos ama a todos nosotros. Pero no es una oficina de Correos para enviar mensajes todos los días”. En cualquier caso, queda una película originalísima y conmovedora, del alto valor apologético, muy mariana y, por eso mismo, muy cristológica, que interpela profundamente al espectador sobre el sentido de su propia existencia y sobre sus relaciones personales con Dios. De modo que puede ayudar a muchas personas, creyentes o no, necesitadas —como cualquier hijo de vecino— de sólidos puntos de referencia.

El veterano experto en seguridad Ray Breslin (Sylvester Stallone) prueba sus singulares teorías sobre diseño de prisiones protagonizando arriesgadas fugas de algunas de ellas. Tras un récord de éxitos, acepta un último trabajo: escapar de “La Tumba”, una cárcel ultrasecreta de alta tecnología, en la que ingresa tras ser secuestrado y llevado en helicóptero. Allí se hace amigo de Emil Rottmayer (Arnold Schwarzenegger), un preso que parece guardar muchos secretos. Un día, ambos presencian el brutal asesinato de un detenido a manos del sádico guardia Drake (Vinnie Jones), con el beneplácito del gélido alcaide Hobbes (Jim Caviezel). Entonces, Ray intenta abortar su misión usando un código de evacuación preestablecido. Pero enseguida descubre que el código no significa nada y que, por primera vez en su vida, está atrapado de verdad.

El versátil director sueco Mikael Håfström se ha ganado un cierto prestigio con películas como “El fantasma del lago”, “Sin control”, “1408”, “Shangai” o “El rito”. Ahora, en “Plan de escape”, se pone al servicio de Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger en su esperado reencuentro tras la divertida reaparición del austriaco en “Los mercenarios 2”. Las dos veteranas estrellas dan lo que se espera de ellos, los demás actores cumplen —sobre todo Jim Caviezel—, y Håfström los filma con ritmo y vigor —sobre todo en las peleas y secuencias de acción—, a través de una puesta en escena muy ochentera, en la que dosifica bien la intriga y la violencia, y aprovecha al máximo el espléndido diseño de producción de Barry Chusid, sobre todo en su asfixiante recreación de “La Tumba”.

Sin embargo, la película se ve lastrada por la clara similitud de su planteamiento con el de la popular serie televisiva “Prison Break” y, sobre todo, por el plano y previsible guion de Miles Chapman y Jason Keller, plagado de arquetipos y tópicos carcelarios, lento a la hora de mostrar sus originalidades, frío en sus grandes momentos dramáticos y poco eficaz en sus contados contrapuntos de humor. De modo que “Plan de escape” seguramente gustará a los nostálgicos fans de Stallone y Schwarzenegger, pero defraudará al resto del público.

Carrie White (Chloë Grace Moretz) es una adolescente estadounidense apocada y temerosa por culpa de la demencial educación que ha recibido de su madre Margaret (Julianne Moore), cuyo fanatismo cristiano roza la locura. Blanco de burlas en el instituto, Carrie sufre todavía más escarnio cuando algunas crueles compañeras graban y cuelgan en Internet un hecho dramático que le acontece en los vestuarios. Pero ella aguanta el tipo mientras descubre sus poderes telequinésicos —que le permiten mover objetos con la mente—, y comienza a controlarlos. Su penosa situación desencadenará la tragedia durante el baile y la posterior fiesta de graduación de su clase, a los que Carrie acude invitada por Billy Nolan (Alex Russell), uno de los chicos más populares.

Más que una nueva versión fílmica de la primera novela de Stephen King —publicada en 1974—, esta película de la cineasta estadounidense Kimberly Peirce (“Boys Don’t Cry”, “Stop-Loss”) es un “remake” actualizado de la adaptación que realizó Brian De Palma en 1976, con Sissy Spacek de protagonista. Como en él, se critica el fundamentalismo religioso de la madre de la protagonista, y se reserva la explosión de violencia de la telequinésica Carrie para la impactante recta final. Pero aquí, se dibuja su drama de un modo un poco más matizado, elogiando la sincera religiosidad de la chica y de otros personajes, y rebajando un poco el carácter vengativo de sus reacciones al subrayar también sus remordimientos. Estos enfoques rebajan de paso la sanguinolencia del filme —aunque su desenlace carga la mano— y, sobre todo, da un mayor juego dramático a las interpretaciones, todas ellas notables, sobre todo las de Chloë Grace Moretz y Julianne Moore. Mucho más discutible son los apuntes ideológicos que introduce Kimberly Peirce, lesbiana militante, al relacionar el desequilibrio mental de la madre con su supuesta sexualidad reprimida.

En todo caso, aunque vistosa, la puesta en escena de Peirce nunca alcanza la potencia visual de la de Brian de Palma, y acaba perdiendo la escasa personalidad propia que apuntaba en su arranque. Queda así una aceptable película de terror, más dramática de lo esperado, que seguramente gustará a los aficionados al género.

De México nos llega esta impactante cinta de ficción que deja en el espectador la huella de un documental. Se trata de una especie de “road movie” ferroviaria, dirigida por el burgalés afincado en México Diego Quemada-Díez, autor hasta ahora de varios cortos documentales y de ficción, y cámara y director de fotografía de diversas películas ajenas. “La jaula de oro” desgrana todas las miserias que rodean la inmigración ilegal en Estados Unidos. Salvadoreños, mexicanos, guatemaltecos... se dan cita en un vía crucis que muy pocos coronarán con éxito. La policía corrupta y la no corrupta, las mafias, los aprovechados, los narcotraficantes... son los obstáculos, a menudo letales, que deberán sortear los que deseen llevar a término sus propósitos.

Lo más importante es que este periplo está narrado desde la perspectiva de tres niños guatemaltecos, preadolescentes, que deciden huir de la miseria viajando “hacia el Norte”. Se trata de Juan (Brandon López), un chico duro y mal encarado; su amiga Sara (Karen Martínez), que se hace pasar por varón para correr menos riesgos; y Samuel (Carlos Chajón), el más infantil de los tres. Enseguida se les une Chauk (Rodolfo Domínguez), un indio mexicano de Chiapas, que no habla español y que será hostilmente rechazado por Juan. Cada uno de los cuatro va a tener un destino diferente, unos con mejor fortuna, y otros con ninguna. El protagonista central es Juan, cuyo corazón duro de adulto prematuro se va humanizando a lo largo de su particular y terrible experiencia.

No se puede decir que la película sea optimista o un canto a la esperanza; pero tampoco es una película nihilista en la que la última palabra la tiene el mal. Vemos gestos de heroísmo radical, de verdadera solidaridad, de entrega sincera, e incluso alguno alcanza su sueño (ingenuo) de arribar a la “tierra prometida”. Entre estos elementos luminosos, destaca la labor de la Iglesia católica, representada por un sacerdote que acoge generoso a los emigrantes en ruta para darles cobijo y alimento. Conmueven las interpretaciones de los niños, y conviene ver la cinta con subtítulos para no perder las conversaciones trufadas de argot callejero, incomprensibles para un español. La película ya ha ganado numerosos galardones, entre ellos, el Premio al mejor reparto en la sección “Un Certain Regard” del Festival de Cannes 2013.

Investigadora en un laboratorio de biología marina, Ruth (Inma Cuesta) es una chica guapa pero insegura, que no tiene suerte en el amor. Y, para colmo, sus últimos ex novios —un alérgico al compromiso (Berto Romero), un surfista pasado de rosca (Paco León) y un transexual convertido en pibón (Laura Sánchez)— deciden casarse en el mismo mes, e invitan a Ruth a sus bodas. Incapaz de decir que no, la chica asiste a los singulares casorios, acompañada por Dani (Martín Rivas), su nuevo y joven becario. Y en ellos conoce a Jonás (Quim Gutiérrez), un cariñoso cirujano estético que podría ser su media naranja.

El barcelonés Javier Ruiz Caldera (“Spanish Movie”, “Promoción fantasma”) mantiene el bajo nivel de su filmografía en “3 bodas de más”, tópica y arrítmica comedia petarda, plagada de obscenidades, irreverencias y cutreces escatológicas. El notable reparto —con Inma Cuesta desvelando su vis cómica— logra que algunos golpes de humor funcionen mínimamente, dentro siempre de un tono histriónico y disparado. Se hacen notar especialmente Paco León en plan surfero colgado y una Rossy de Palma al más puro estilo almodovariano. Pero no consiguen salvar esta película olvidable, de plana factura televisiva y, además, entregada con armas y bagajes a la más radical ideología de género.

El Profesor y El Comandante son dos simpáticos extraterrestres cuya nave ha caído en la Tierra por un deterioro en sus baterías. Así que toman prestadas las apariencias de un jardinero y un gato, y buscan una fuente de energía muy potente. Conocen así a un grupo de singulares científicos, cuya misión es encontrar el instrumento que convierta la Tierra en un planeta pacífico, donde sean felices todos los seres humanos sin distinción. Piensan y piensan, e incluso construyen una máquina de la felicidad. Pero no funciona. Al final deciden que el científico más joven, tímido y bondadoso, Lucius Dumb, salga al ancho mundo a buscar ese fantástico instrumento, ayudado por El Profesor y El Comandante.

Afincada en Extremadura, la española Maite Ruiz de Austri ha ganado en dos ocasiones el Goya al mejor largometraje de animación: por “El regreso del viento del Norte” y por “¡Qué vecinos tan animales!” Y ha dirigido también las películas “La leyenda del viento del Norte”, “La leyenda del unicornio”, “Animal Channel” y “El tesoro del rey Midas”, y el programa televisivo infantil “Técula Mécula”. Ahora da continuidad a su trabajo con “El extraordinario viaje de Lucius Dumb”, modesta pero imaginativa película de animación en 2D, pensada para concienciar al público infantil sobre la importancia de respetar los derechos humanos de los niños, a través de diferentes personajes y situaciones, algunas bastante dramáticas. Su guion es episódico y pedagógico, y su animación, muy limitada. Pero el conjunto tiene buen ritmo, resulta entretenido y divertido, e incluye abundante momentos entrañables y enriquecedores, que logran conmover al espectador. Además, dentro de su limitación de medios, en sus diseños de personajes y fondos se aprecian sugerentes influencias, por ejemplo, del dibujante y animador santanderino José Ramón Sánchez.

Al lanzamiento de la película en salas, se une la publicación, a cargo de Edelvives, de un libro del mismo nombre que reúne los nueves relatos en que se basa el guion, escritos por otros tantos autores: Toti Martínez de Lezea, Isaac Rosa, Miren Aranburu, Rikardo Arregi, Miguel Murillo, Eugenio Fuentes, Rosa Lencero y Juan Kruz Igerabide, junto a la propia directora Maite Ruiz de Austri. La banda sonora se completa con la bella canción original de la película “Los Derechos Humanos, tu mejor instrumento”, compuesta por Pedro Calero y Mili Vizcaíno, y que cuenta con la participación de Bebe, Nacho Campillo, Cira, Enrique Fernández, Gabriel Echave, Miriam Solís, Modesto Peña Tato, Gene García y Ulises Fernández. Esta canción formará parte de una acción solidaria junto a la ONG Músicos sin Fronteras y la Fundación Baan Marina.

Un anciano ratón cuenta a su nieto más pequeño una antigua leyenda del fantástico reino de Rodencia, situado en medio de un inmenso y salvaje bosque, similar al que ellos mismos habitan. Su relato lo protagoniza el pequeño ratón Edam, un torpe aprendiz de mago, que entrena en compañía de su amiga la bella y madura ratoncita Brie. Cuando las siniestras ratas del malvado hechicero Rótex amenazan con invadir Rodencia, Edam, Brie y dos afamados guerreros del reino emprenden un increíble viaje hacia el mítico reino de los humanos, donde intentarán conseguir el diente de una princesa —con poderosas cualidades mágicas—, a cambio de todo el tesoro del reino.

Esta ambiciosa coproducción peruano-argentina de animación 3D ofrece un diseño de ambientes y personajes que recuerda para bien al del clásico de Don Bluth “Nimh, el mundo secreto de la Señora Brisby”. Y su argumento muestra ecos de la saga “FernGully”, y anticipa un poco el de la reciente “Epic, el mundo secreto”. Sobre está sólida base se asienta el ágil y entretenido guion, así como la brillante puesta en escena del bonaerense David Bisbano (“B corta”, “María y Juan (no se conocen y simpatizan)”, “Valentino y el clan del can”), que se luce por igual en las multitudinarias secuencias de acción, en los pasajes más dramáticos y en los bien traídos golpes de humor, algunos tan incisivos como la respuesta que el maestro de Edam da al Rey de Rodencia: “Majestad, yo no tengo todas las respuestas; soy mago, no político”. Queda así una estupenda propuesta para toda la familia, muy apropiada para estás fechas prenavideñas, también por su certero elogio de las virtudes básicas.

Al estilo de un thriller político, este espléndido documental del debutante madrileño Carlos Agulló y la sudafricana Mandy Jacobson (“Calling the Ghosts”) narra la alucinante aventura secreta de Jean-Yves Ollivier. En los años 80 del siglo pasado, todavía en plena Guerra Fría, este atípico e inquieto empresario francés logró involucrar a numerosos líderes políticos y altos cargos de diferentes ejércitos y servicios secretos para sembrar la semilla de un diálogo de paz en la zona sur de África. Su incansable y pragmática labor de mediación, que superó diferencias ideológicas aparentemente insalvables, condujo a la finalización de la guerra en Angola —con la retirada de la tropas cubanas y sudafricanas—, la independencia de Rodesia, la liberación de Nelson Mandela —el carismático líder del Congreso Nacional Africano (CNA), encarcelado durante más de 27 años— y la caída definitiva del apartheid en Sudáfrica. De hecho, Ollivier es el único que ha recibido en dos ocasiones el máximo reconocimiento civil de ese país —su nombramiento como Gran Oficial de la Orden de la Buena Esperanza—, una durante el apartheid y otra tras su abolición.

Ilustrado con impactantes filmaciones de archivo —algunas de dolorosa violencia—, el documental hilvana los recuerdos del propio Ollivier —siempre jugosos y hasta divertidos— con concordantes declaraciones de numerosos personajes relevantes, como Winnie Mandela —ex esposa del líder del CNA—, Jean-Christophe Mitterrand —hijo de François Mitterrand y consejero de la presidencia para Asuntos Africanos de Francia en los años 80—, Jorge Risquel —brazo derecho de Fidel Castro en África—, o los ex presidentes Chissano (Mozambique), Denis Sassou Nguesso (El Congo) y Thabo Mbeki (Sudáfrica). De todo ello decanta una historia sin grandes filigranas formales y quizás demasiado hagiográfica de Ollivier, pero con un ritmo hipnótico, un tono muy ponderado y una alta emotividad, que cautiva al espectador de principio a fin, y se convierte en una certera exaltación del diálogo como principio esencial de la política internacional, frente a la cruel lógica de la violencia.

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