La Iglesia reivindica la labor de los consagrados contemplativos: "Os necesitamos, estáis cerca de Dios"
Con motivo de la Jornada Pro Orantibus de este domingo, cuatro religiosos consagrados han compartido su visión de la Iglesia y cómo ha sido vivir la pandemia en los monasterios
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‘La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del hombre’ es el lema que este año ha elegido la Iglesia para celebrar la Jornada Orantibus este domingo, 30 de mayo (solemnidad de la Santísima Trinidad), y que en 2021 tiene lugar en el marco del sufrimiento mundial vivido como consecuencia de la pandemia. Unos efectos que ha atravesado los muros de monasterios y conventos, tal y como recuerda la Conferencia Episcopal Española, quien no ha dudado en elogiar el papel que desempeña estos religiosos y religiosas en la vida de la eclesial.
“La vida contemplativa sufre cuando el mundo sufre porque su apartarse del mundo para buscar a Dios es una de las formas más bellas de acercarse a él a través de Él”, recoge el organismo episcopal, y del que han dado fe los cuatro religiosos que han intervenido en el coloquio virtual organizado por la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada; la Confer, la Conferencia Española de Institutos Seculares; el Instituto Teológico de Vida Religiosa y la colaboración de Católicos en red y que ha moderado la periodista Irene Pozo.
“He sentido en mis manos el peso de este mundo. He puesto rostro al sufrimiento y he palpado el dolor de la pérdida. Descubro que en cada cruz hay un misterio encerrado y una esperanza de vida. Este tiempo nos ha hecho experimentar que Jesús no se baja de la barca cuando todo parece hundirse. Siempre está abrazándonos. Hemos intensificado nuestra oración. Hemos sufrido en el monasterio las consecuencias del virus, pero en medio del virus he aprendido en confiar más en Dios y que, a pesar de todo, algo estamos construyendo, que mi oración callada abre ventanas al Cielo”, ha expresado Fray Ángel Abarca, ordenado diácono el pasado mes de marzo y que ingresó en el monasterio de Silos en 2005.
Con los ojos de una religiosa contemplativa de 25 años ha visto la pandemia Sor Nazaret, Clarisa del Monasterio de Monzón. Su pasión por la música y el teatro marcaron su infancia. Su ritmo frenético le hizo pararse a pensar y escuchar la llamada, pero asegura que nunca ingresó en el monasterio para refugiarse: “Para quien piense que el monasterio sirve para esconderse de la realidad es justo lo contrario”, precisa.
Confiesa que en este duro año se ha preguntado dónde está Dios, y tuvo claro la respuesta: “Está dentro de cada persona que sufre. Dios está siempre. También está dentro de este dolor de este último año. El por qué, no he encontrado respuesta mágica, sino una llamada a vivir con más fe en Dios porque es capaz de sacar grandes bienes de los grandes males y a vivir con esperanza. Todo tiene un sentido. Ante una persona que pierde un ser querido no le puedes contestar con una palabra milagrosa, pero sí hablarle de la Vida Eterna para que se abra a la esperanza. La muerte no tiene la última palabra”.
Un sufrimiento por los efectos de la covid-19 a nivel sanitario, social y económico que perdurará todavía mucho tiempo, por lo que, para Sor Nazaret, la aportación de los consagrados es “llevar una palabra de esperanza, escuchar a la gente. Que una herida se cure, que el amor venza al odio y que un corazón se encuentre con Dios”.
Una línea en la que ha ido Carlos Gutiérrez, Prior de Sobrado de los Monjes, quien apunta que la pandemia ha servido para “mirar con empatía, ya que nada de lo que ocurre en la Humanidad no es ajeno. Todo nos afecta. La pasión de Dios es una nuestra pasión. No por un acto de voluntad, sino por tener una manera de sentir del mismo Jesús. Dios es el verdadero centro de todo. El dolor del mundo sirve para retomar la vocación, conectar corazón con corazón”, subraya.
Muy reflexiva se ha mostrado también la Madre Mª Dolores Domínguez, Carmelita Federal Presidenta de la Federación “Mater et Decor Carmeli”, quien confiesa que en marzo de 2020 necesitaron tiempo para asimilar lo que ocurría, pasar del temor a buscar la mirada de Dios: “Hay algo que se me metió en el corazón y he llevado a la oración. La pandemia abrió, como una llave, una puerta cerrada a una sociedad que va perdiendo la fe y esa es la pandemia más grave que padece el mundo desde hace décadas. Lo primero es la salud del cuerpo si sabemos que existe Dios. Como contemplativos, somos testigos de que existe un trozo de Cielo en cada humano, en cada alma”.
Para la Madre Dolores, su oración se ha depositado en los hijos de Dios, como “en el enfermo moribundo que estaba solo, en llamadas de teléfono con crisis de ansiedad y lamentos no solo por la pandemia, sino por crisis personales, laborales… todo lo que conlleva esta epidemia que no es solo la salud, sino lo psicológico, la soledad, los sentimientos… Por eso, estamos llamados a dar una palabra de vida con mayúsculas, de volver a ayudar a las personas. Solo Dios tiene respuesta al misterio del dolor y la muerte. Somos una esperanza para el mundo”.
No ha faltado en este coloquio la última encíclica del Papa Francisco, ‘Fratelli Tutti’, en la que el Santo Padre hace referencia a un mundo que vive como una única Humanidad, una hermandad y fraternidad sin barreras de nacionalidad o raza. En este sentido, Carlos Gutiérrez afirma que la encíclica nos habla de que “todos somos hermanos y es la experiencia en la que día nos queremos sumergir, pero no como algo imperativo, sino como algo profundo de que no somos personas separadas, sino que tenemos una vocación común. Hay que tener la experiencia de ser hermanos”.
Para la Madre Dolores, en ‘Fratelli Tutti’ el Papa vuelve a invitarnos “a la alegría de quien se sabe hijo o hija de Dios, y por tanto hermano universal. Somos los amados de Dios. Es tener la Vida Eterna dentro de nosotros. Tienes que querer al otro irremediablemente. Otra cosa es la fragilidad humana y que Dios cuenta con ella. El Señor es sencillo, es simple, es dejarnos amar”.
Sin duda, es la Iglesia del presente y la que tiene que primar en el futuro: “Me apasiona la idea de una Iglesia como la de ahora que acompaña, ayuda, acoge, que se parte y reparte con amor, que habla con la vida y no tanto con las palabras, una Iglesia que no tiene miedo al contagio y que toca cada herida para venderla y hacerla suya”, reflexiona Fray Ángel Abarca.
La vida consagrada contemplativa, pilar esencial de la Iglesia
Los contemplativos, como reza el título de la Jornada Orantibus, ‘La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del hombre’, están cerca de Dios y, por consiguiente, de la vida. Lejos de huir del mundo, es sumergirse en la realidad del mundo: “Es estar cerca de Dios y por tanto de la vida. La vocación del contemplativo es la apuesta por reconocer a Dios en toda la realidad. Vivir desde el amor de Dios hace que tengamos la misma mirada de Jesús”, explica Carlos Gutiérrez.
De alguna forma, la labor de los contemplativos es transformar en amor sus obras, a hacer una Iglesia de misericordia: “Somos como el corazón de la Iglesia, tenemos que estar a la vanguardia de esta misericordia”, detalla la Madre Dolores Domínguez.
“No quiero que se interprete la vida contemplativa como personas que estamos encerradas y de vez en cuando miramos al mundo. Es imposible acercarte a Dios y no amar este mundo por el que Él ha dado la vida”, añade Sor Nazaret.
Unas ideas que ha secundado el obispo de Palencia y miembro de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, Mons. Manuel Herrero, quien ha recordado que “la Trinidad es nuestro origen. La Iglesia es un misterio, pero que tiene su fuente en el misterio de Dios. Cada uno en nuestra vocación, como laico, matrimonio, consagrado, etc. tenemos que vivir este misterio de amor, que es un océano sin fondo”
Mons. Herrero ha remarcado que los consagrados “buscáis estar cerca de Dios, pero es imposible buscar el rostro de Dios si no nos encontramos con el Cristo sufriente, que tiene heridas. En sus heridas descubrimos el amor de Dios. Lo que tenemos que hacer es secundarlo. Toda la Iglesia está con la vida consagrada contemplativa. Todos tenemos que ser contemplativos, pero en la medida que Dios nos da”.
Por su parte Mons. Luis Ángel de las Heras, obispo de León y presidente de la Comisión de Vida Consagrada, no ha dudado en manifestar que la Iglesia les necesita: “Os necesitamos. Necesitamos soñar con vosotros. Necesitamos encontrar esas palabras que nos habéis transmitido como libertad, pobreza, vida, amor… todo ello viene de Jesús. Siempre estáis cerca de Dios y del dolor del mundo. Estamos agradecidos porque existís, sois don de Espíritu para este mundo. Con vosotros es más fácil”.
Por último, la directora de la Comisión de Vida Consagrada de la CEE, María José Tuñón, ha indicado que “oramos por vosotros, soñamos por esa fraternidad en la que estamos enmarcados. Estamos en la misma barca”, ha sostenido.