Esta mañana he estado en el acto en el que la Fundación de Ayuda Contra la Drogadicción y Google han presentado un proyecto con el que pretenden enseñar a 30.000 adolescentes a entrenar el olfato para detectar las noticias falsas.
Buena iniciativa. Les van a llevar a los institutos a profesionales de los medios, a filósofos, les van a invitar a participar en un concurso e incluso les pretenden enseñar a detectar esto de las fake news con un videojuego.
Desde luego una manera mucho menos traumática de aprender a detectar las mentiras que otra que seguro que resultaba muy eficaz, pero que podría tener graves consecuencias para esos chicos de 14-15 años: obligarles a seguir todos los mensajes electorales. Porque seguramente la primera víctima de las campañas electorales (al menos para algunos) es la verdad.
Lo primero que les han enseñado a esos chicos es que hay noticias falsas que se difunden sin intención, por falta de criterio, o de conocimiento. Pero que hay otras mentiras, que se revisten con apariencia de noticia y se difunden a sabiendas con la intención de hacer daño.
Caso practico. Daniel Lacalle, el experto económico del PP dice, textualmente, en un periódico lo siguiente: “No quiero que se bajen las pensiones, estoy en contra de eso porque no funciona”. Eso lo dice un sábado y el domingo por la mañana el presidente del Gobierno lo convierte en un “el PP quiere bajar hasta un 40 por ciento las pensiones para dejarlas en poco mas de 300 euros”.
Y eso lo hace (lógicamente a sabiendas) el presidente del Gobierno. El mismo Pedro Sánchez que luego se va a Europa (y eso lo ha hecho bastante bien) a decir que somos una democracia plena a la que algunos tratan de ataca precisamente con la difusión de noticias falsas.
Porque si el 83 por ciento de los españoles considera que las fake news son un problema de la democracia y el presidente del Gobierno español difunde fake news. ¿A qué conclusión nos lleva el silogismo? resuelvanló ustedes mismos.