La petición de un niño en un videoclub que deja a cuadros al propietario: "No fui lo suficientemente ágil"
Jaume Ripoll, cofundador de la plataforma de streaming Filmin, recuerda en 'La Noche de COPE' una anécdota de su etapa como propietario de un videoclub con unos padres
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La fiebre del cine en casa se desbocó a principios de los ochenta y supuso una revolución. Cuatro décadas después, aquellos primeros formatos domésticos, con el VHS a la cabeza, y aquellos establecimientos casi han desaparecido, pero su legado está vigente. Uno de los ejemplos es Filmin, la plataforma de cine en español de la que es cofundador Jaume Ripoll. Esta semana pasó por 'La Noche de COPE' y contó una anécdota curiosa de cuando regentaba una de las salas a las que se acudía cuando no existían estos contenedores de películas en línea.
Nacido como un mero apéndice de las tiendas de electrodomésticos que a principios de los años 80 ofrecían películas para alentar la compra de aparatos reproductores, el negocio del alquiler de cintas de vídeo conoció en España una expansión rapidísima que revolucionó por completo los hábitos de ocio y consumo de la población. El fenómeno, hoy casi olvidado por la digitalización de los contenidos audiovisuales y la abrumadora oferta de internet y las plataformas de streaming, llevaba aparejados una serie de elementos y rituales que han entrado a formar parte de la mitología pop.
La estocada final vino a partir de Internet. Aunque aún existen unos cuantos alrededor del mundo, la muerte de los videoclubs está pronosticada a corto plazo. De hecho, el videoclub más antiguo de España, Video Instan, que abrió en 1980 en Barcelona, ya no sólo alquila y vende películas. Ahora se ha convertido en un espacio cultural de encuentro entre cinéfilos, con una pequeña sala de proyección y cafetería. Pero todos estos lugares han dejado una profunda huella en una generación que se entretuvo y culturizó allí, como es el caso de Jaume Ripoll.
La anécdota que vivió el hombre detrás de Filmin en su videoclub
El VHS reinó con holgura en los últimos 15 años del milenio hasta acabar siendo desbancado por la irrupción del DVD. Al principio, conocer a alguien que tuviera un reproductor de vídeo ya era la bomba, porque además la experiencia se compartía. Los vecinos incluso se juntaban en una casa para ver películas. Cada videoclub era un pequeño templo de cultura popular, su feligresía, sus mandamientos y sus éxtasis. Momentos como el que presenció Ripoll con una familia que se encontró en su establecimiento sin preverlo y se produjo esta situación que puedes escuchar aquí.
En España, 300 videoclubs que apelan al coleccionismo y la magnitud de sus fondos. Ya nada tiene que ver con el tiempo en que el romance de Jack y Rose a bordo del Titanic se convirtió en un regalo tan recurrente como un perfume o una corbata. En 1998, en 24 horas se vendieron en España 602.000 copias de la edición en VHS de una de las películas más reconocidas de la historia. Ahora, al prescriptor de barrio que era el dependiente del videoclub lo ha reemplazado un algoritmo.